Desde
que en México se aceleraron los tiempos electorales los analistas políticos
hemos estado al acecho de los improvistos que puedan hacer más interesante
nuestro trabajo, de frente a la definición de preferencias tan claras que
lleven a elecciones en las que ganen con seguridad los que ya todos sabían que
lo harían. De aquí el interés que han provocado las manifestaciones anti
peñistas que se desarrollaron a partir de la visita del candidato del PRI a la Universidad
Iberoamericana. Algunos se alegran de que se ponga color a las campañas, otros
de que se obstaculice el regreso del partido que hace doce años fue desplazado
del poder después de mantenerlo por más de setenta.
Veo
con gusto las manifestaciones políticas que demuestran interés por los asuntos públicos por parte sobre
todo de una juventud que a lo mejor hubiéramos creído más apática, y sin
embargo me preocupa que sea presa de posiciones antidemocráticas que
descalifican a los punteros de las contiendas -o a quienes los apoyan- sólo
cuando no son afines, o bajo argumentos poco convincentes como que representan
el antiguo régimen o que son producto de los medios. Son posiciones peligrosas
porque esas sí nos regresan al viejo fantasma del fraude electoral y lejos de
fortalecer, debilitan a las posiciones críticas a nuestro sistema político.
A
mí también me preocupa no que el priismo regrese al poder, porque habrá sabido
hacerlo en un contexto de competencia, sino la ventaja con la que pudiera
hacerlo de la que deduzco que quizás la derecha se reponga difícilmente de su
derrota y caiga en divisionismos que le impidan ser la oposición constructiva
que llegó a ser, y que la izquierda sea rebasada por posiciones
antiinstitucionales y se vea obligada a arrinconarse en el Distrito Federal
como único bastión. Me pregunto cómo entonces vamos a salir de nuestra endeble
democracia, si prontamente sorprendida por movimientos que no articulan los
partidos políticos, cómo se va a hacer un contrapeso al poder presidencial si
llega a ser que el PRI conquista la mayoría absoluta en el Congreso. Recordemos
además que puede quedarse hasta con veintitrés gubernaturas, si gana Jalisco,
Morelos, no pierde Tabasco y más adelante se hace del gobierno de Chiapas. Es
una situación que puede suceder y que los interesados en la pluralismo político,
de frente al priismo, deben asumir sin intolerancia y con responsabilidad
democrática.
Pero
las sorpresas empiezan a darse no sólo a nivel de las elecciones federales, las
elecciones estatales tan olvidadas también están ofreciendo interesantes
paradojas. Tomemos el caso mencionado de Jalisco.
En
1995 tras el último gobierno del PRI de Guillermo Cosío Vidaurri que sufría de
ilegitimidad y era acusado de nepotismo y favoritismo, tras la tragedia de la
explosión en la capital de 1992, la
creciente inseguridad en la región y el
asesinato del Cardenal José de Jesús Posadas Ocampo de 1993, en el impulso que
cobraba entonces el cambio político en el país, llegó el PAN al poder estatal. Con
el desgaste producto de tres gobiernos panistas, el de Alberto Cárdenas
Jiménez, el de Francisco Ramírez Acuña y el de Emilio González Márquez quien hace
seis años ganó ya con cierta dificultad dado
la reposicionamiento del priismo que siguió recuperando espacios en la entidad,
la contienda actual se inició con una comodísima situación para el abanderado
del PRI Jorge Aristóteles Sandoval Díaz cuya postulación manejó con habilidad
su partido, contrariamente al divisionismo que permeó al PAN cuyo candidato resultó
ser Fernando Guzmán Pérez. De tal forma
el PRI se situaba treinta puntos por encima del PRI en preferencias.
Como
Enrique Peña Nieto en la contienda presidencial Aristóteles Sandoval se ha
mantenido, pero Fernando Guzmán ha venido decreciendo en preferencias a favor
aquí no del candidato del PRD sino del candidato del Partido del Trabajo y
Movimiento Ciudadano, Enrique Alfaro Ramírez quien tras militar en el PRI
rompió con él en 2005, apoyó a Andrés Manuel López Obrador en 2006, fue
diputado local y luego presidente municipal de Tlajomulco por el PRD partido
con el que tiene conflictos desde el año pasado y con quien no quiso conservar
el arreglo para presentarse como candidato por toda la izquierda. Alfaro fue
muy hábil al anunciar que rompía con la dirigencia del PRD, no con los
perredistas. Al irse sólo como candidato de un
movimiento ciudadano y de la organización de AMLO MORENA ha podido no
sólo conservar viejos apoyos, sino también hacerse de la simpatía de algunos
grupos políticos que decidieron abandonar al PRI y hoy hace también un llamado
a los panistas, no a aquellos que en sus palabras representan la
personificación de los males contra los que lucha, sino a aquellos que creyeron
que el PAN podría impulsar la transformación de fondo en Jalisco, la cual no se
ha logrado mas no puede lograrla a su parecer el PRI. Esta opción antipriista
va creciendo y ya hay quienes anuncian si bien no una coalición formal, sí una
posible declinación del candidato del PAN, lo cual sí llevaría al PRI a
enfrentar un contrincante con posibilidades de ganar.
La
fuerza con la que el PRI construyó el escenario de su posible regreso tanto al
poder federal, como a ciertos gobiernos estatales, ha llevado a que las contiendas
se expliquen otra vez como en 2000 a través del eje PRI- anti PRI de forma tal
que pareciera que ni en Jalisco ni a nivel federal fuero otro el partido en el
gobierno y el PRI representara cambio, guste o no. Los anti priistas sólo saben
lo que no quieren, no lo que quieren ni cómo lograrlo, su opción no obedece ni
a principios ni a programas. Nuestra democracia y las mayorías que generan
merecen oposiciones menos incendiarias y más serias.
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