La
contienda presidencial se está poniendo más interesante, más competitiva si
bien no se sabe bien a quien creer en cuanto a sondeos de preferencias
electorales se refiere y tampoco se sabe cuánto cambiarán éstas después del debate del domingo en el que finalmente
no hubo sorpresas a pesar de que vimos a
una Josefina Vásquez Mota más aguerrida en esta última oportunidad para
reposicionarse y a un AMLO engrandecido por la innegable tendencia a la baja de
EPN en las últimas dos semanas, al cual sin embargo no sacó de su estrategia de
moderación.
Dicho
esto, no creo que alcance el tiempo para que cambien los resultados esperados en
la jornada electoral, si bien estos movimientos de las tendencias son
importantes para la calidad democrática del país porque pueden tener varias
consecuencias que considero bienvenidas. En un primer plano veo las nuevas
consideraciones que se podrían tener al momento de la constitución del próximo equipo
de gobierno y la dinámica diferente en que se podría desenvolver la nueva administración.
En otro plano considero asimismo que otra consecuencia podría ser asimismo la composición que pudiera
alcanzar el nuevo Congreso.
Con
el cuidado necesaria que hay que tener cuando se hacen predicciones que siempre son aventuradas, a mi
parecer la política de movilizaciones recientes contra Peña Nieto y los medios
no va a lograr evitar de aquí al primero de julio que el PRI llegue nuevamente
a la presidencia; sin embargo, dado el arrastre del voto que produce la
elección presidencial en las otras elecciones simultáneas (el cual es un
fenómeno bien estudiado en la ciencia política) es posible que el aumento del
voto a favor del PRD se traduzca en la mayor fortaleza que vayan a tener sus
bancadas en las cámaras a través no tanto de la distribución de las asientos
uninominales sino de los plurinominales, ya que la votación perredista se
encuentra muy concentrada y en varios estados de la república se puede prever
que no produzca triunfos distritales.
Así,
me pregunto así si otra vez la izquierda mexicana le deberá un favor a la
tenacidad de AMLO, pero asimismo reconozco que es deseable un relevo
generacional en el liderazgo de la misma hacia posturas menos radicales e
institucionales que rebasen las manifestaciones, tengan pronunciamientos concretos
y enriquezcan el debate público.
En
fin si la votación por el PRD sigue creciendo, es mucho más posible que el PRI no gane la mayoría absoluta
en el Congreso, la cual ha buscado para según los priistas reconquistar la
gobernabilidad en México que según ellos se perdió desde 1997 cuando
aparecieron los gobiernos divididos.
Este
escenario no parece gustarle a muchos, pero yo discrepo con ellos.
En
un sistema político como el francés, la falta de control por parte del Presidente
de la mayoría en la Asamblea lleva a las famosas cohabitaciones y a la caída de
gabinetes enteros cuestión que hace el ejercicio de gobierno muy complicado y
poco eficiente. Esto es lo que por cierto se está jugando en la segunda vuelta
de las elecciones parlamentarias del próximo domingo, en el entendido que la
primera vuelta fue el domingo pasado. Los socialistas, después del triunfo de
Francois Hollande, buscan los resultados que les permitan implementar su
proyecto político y según los pronósticos parece que lo van a lograr.
Pero
en México la situación es otra. El tema es complejo. De hecho se remonta a la
constitución de 1856 que determinó para el país una presidencia débil frente al
legislativo, situación que no se pudo
resolver ni Juárez ni Lerdo y no
fue hasta el porfiriato que el Congreso quedó bajo el control de Díaz no a
través de la modificación de los arreglos institucionales, sino de las reglas
informales que éste fue adoptando para gobernar por encima de todos,
manteniéndolos divididos y a la vez delegando importantes esferas de poder.
La
Revolución no produjo tantas transformaciones en este renglón como algunos
creen. La independencia del Congreso respecto al poder Ejecutivo fue bien corta
y pronto, a través del partido hegemónico, los presidentes en turno lograron el
control de diputados y senadores.
Sin
embargo, la pluralidad política de las últimas décadas la cual sobrevino sin
una verdadera reforma del Estado ha hecho muy difícil sobrevivir en estas
condiciones de distribución de funciones y relación entre poderes. De aquí que
se piense en la inminente necesidad de construir mayorías parlamentarias.
Es
cierto que tenemos de los peores arreglos posibles: un sistema presidencial con
pluripartidismo y sistema de representación mixto y que tenemos que revisar
urgentemente nuestra ingeniería, pero sin olvidar que la gobernabilidad no se
decreta, sino la produce el arte de la política.
México
ya ha perdido demasiadas oportunidades. Si se da la doble alternancia en un
ambiente de pluralidad, podemos aprovecharla para construir la democracia
fuerte que merecemos en la que convivan las distintas posiciones y se generen
las negociaciones necesarias para producir los cambios concertados que requerimos.
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