¿Qué opciones tenemos los ciudadanos que estamos
conscientes de la crisis del sistema electoral en México, una crisis que
incluye a los árbitros de las contiendas
y a los partidos que participan en ellas? ¿Qué podemos hacer: abstenernos,
votar nulo, por candidatos independientes, optar por el voto útil o quizá votar
diferenciado? En este comentario quisiera explorar, primero, las razones de
nuestro desconcierto, y segundo, estudiar las alternativas que tenemos.
No
hay duda de que nuestro sistema electoral atraviesa uno de sus peores momentos
desde la apertura política que nos hizo salir de un México de partido
hegemónico a un multipartidismo bastante limitado y una democracia gris. Este
sistema lo hemos venido construyendo en un proceso continuo de reformas que no
acaban de dejar conforme sobre todo a los perdedores, quienes ven en las insuficiencias
de la normatividad las razones de sus derrotas y promueven nuevas condiciones
que creen van a favorecerles. La situación es de una gravedad tal que desde ya en este 2015 se duda de la
imparcialidad de los árbitros, y puede preverse que muchos procesos se
judicializarán.
Sobre
esto último, recuerden ustedes que la ley incluyó la nulidad de las elecciones
por rebase de topes de campaña en condiciones muy competitivas y resultados
cerrados, como serán por ejemplo los de las elecciones para gobernador en
varios estados. En consecuencia, impugnaciones tendremos a pasto, muy
probablemente. Por lo que se refiere a los árbitros han tenido que enfrentar múltiples
presiones, y han dejado insatisfechos a diestra y siniestra. Para muchos
tardíamente el INE ha multado al Partido Verde Ecologista, pero lo ha hecho con
tibieza cuando bien podría quitarle el registro. Para otros no mide violaciones
que ha cometido Morena con la misma vara, e incluso se ha llegado a acusar al
Presidente de su Consejo General de conflicto de intereses con Andrés Manuel
López Obrador. Para algunos el Tribunal no debió haberle bajado a Marcela
Ebrard su candidatura plurinominal de Movimiento Ciudadano, aduciendo
simultaneidad de su participación en un proceso de este partido con llevado a
cabo en el PRD, para otros el INE se hizo cómplice del exjefe de gobierno del
Distrito Federal aceptando el que pueda ser candidato suplente.
A
decir verdad, la ley electoral vigente aprobada en 2014 en un contexto de
intercambio político no resulta por un lado totalmente clara y se presta a discrecionalidad
(de aquí por ejemplo las contradicciones entre árbitros que están haciendo
escándalo esta semana en cuanto al financiamiento de las campañas de los
candidatos independientes), y por otro lado, no se superó el que la composición
de sus cuerpos tuviera carácter partidista y que en sus decisiones jugaran
intereses diversos.
La
crisis de los partidos no es menor. Es una crisis que puede ser vista desde dos
perspectivas. La de no representar opciones políticas indiscutiblemente
distintas, que encuadren a la ciudadanía en la idea de país que quieren de
frente a sus problemas y la manera de enfrentarlos. Los chapulines que brincan
de un partido a otro no son de gran ayuda a esta crisis de representación. Pero
la crisis además es un derivado no sólo de su falta de mensaje, sino de que en
el poder todos han sido bastante ineficientes, además de que han caído en
vicios semejantes y han incurrido varios de sus gobernantes de forma
generalizada en escándalos de corrupción y hasta complicidad con el crimen
organizado.
De
frente a esta situación no resulta extraño el que el abstencionismo pareciera
que va a ser el gran ganador en la próxima jornada electoral, salvo quizá en
las entidades en donde se llevarán a cabo elecciones para gobernador reñidas y
que están motivando el interés social, elecciones donde parece que se va a
jugar algo, cuando a pocos les interesa la composición que pueda tener la
Cámara de Diputados en una legislatura que no tendrá la magnitud de tareas que
ha tenido la saliente. El camino del abstencionismo es para muchos
manifestación de desencanto, e incluso para algunos pretende ser un tache
activo a la vida política de este país que poco les convence y desearían que
cambie. Estos abstencionistas se sitúan en el extremo opuesto de quienes se
quedan en su casa el día de las elecciones porque el tema del poder les es ajeno, y quien lo detente poco les
importa.
Sin
embargo, desde el 2009 hemos visto crecer otra reacción a la crisis del sistema
electoral en México que es el voto nulo, opción para la cual se ha venido armando
como entonces una campaña, cuyo alcance actual es una incógnita. Al voto nulo
se ha hecho llamado como un mensaje para los partidos que la ciudadanía está
inconforme y que no está de acuerdo en aceptar el conformismo que significa
votar por ellos, cuando ninguno se lo merece. Sus promotores creen que este
movimiento deslegitima al sistema y puede hacer cambiar las reglas. Incluso hay
quienes ya apuntan por donde deben ir esas modificaciones, y han avanzado
varias ideas (algunas muy interesantes y otras de verdad criticables).
Mi
opinión es que por ahora abstenerse por posición crítica como anular el voto no
sirve, si bien desde luego la ciudadanía a mediano plazo tendría que luchar para
que sirva, por ejemplo para restarle financiamiento a los partidos o anular
incluso elecciones, igual para que haya más injerencia ciudadana en la vida de
los partidos por ejemplo a través de listas de candidatos plurinominales
abiertas. Pero, por Dios, no se puede asociar el voto nulo a futuras
discusiones sobre el financiamiento de los partidos, la relación entre
diputados uni y plurinominales, la cláusula de sobrerrepresentación o el umbral
para que un partido mantenga el registro. El sistema de partidos no va a ser
más representativo si es menos amplio, o si se dificulta la creación de
mayorías, ni las elecciones más legítimas si son más baratas. Es más complejo.
Queda
entonces con todo y descontento el pensar más el voto, el votar más inteligente
entre lo que tenemos midiendo el impacto
de nuestra decisión, según el voto que emitamos. Son varios. Conviene
distinguir las elecciones de suma cero con un solo ganador, las de gobernador,
las delegacionales en el DF hoy por hoy, pero no así las de las presidencias
municipales con cabildos con representación proporcional o las legislativas. En
las circunstancias actuales, el voto útil por una asegunda opción puede ser
interesante, como lo puede ser el voto por los candidatos independientes cuando
verdaderamente lo son (que no siempre es el caso) o el voto diferenciado, en la
perspectiva no de constituirse en voto
duro de ningún partido, sino de crear contrapesos para el ejercicio del poder.
Por eso estoy de acuerdo con quienes sostienen que distribuir el poder es otra
forma de decir que las cosas no están bien, una forma digo yo que no debilita
nuestras instituciones, reconoce que los partidos no tienen puro de malo, y que
por ahora no podemos prescindir de ellos.
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