25 de febrero
Me ha resultado imposible evitar el comentario de la aprehensión del Chapo Guzmán a pesar
de que el tema de seguridad no es de mi especialidad y que hace quince días me
referí a Michoacán. Este arresto refleja una conducción política que reconoce
atinadamente que la reconstrucción del Estado de derecho y de la efectividad
del Estado son requisitos indispensables para desempantanar al país. En este
sentido produce una esperanza que sin embargo fácilmente ahoga la incredulidad
y la falta de confianza típicas de nuestra cultura, de tal suerte que injustamente
se le restan por principio méritos al gobierno. La verdad de las cosas es que,
si bien entiendo este escepticismo, no quiero dejar de señalar que el golpe del
equipo de Enrique Peña Nieto no ha sido sólo al narcotráfico sino también a sus
críticos, particularmente a los partidos de oposición a los que deja en difícil
situación.
Antes de tal aprehensión a casi dos
meses de este 2014 era fácil de señalar que
había una lentitud en la política presidencial, comparada con la hiperactividad
que se mantuvo en 2013 para la aprobación de las reformas energéticas. La
reformulación de la estrategia en Michoacán se vio más bien como respuesta al
reclamo de dirigentes extranjeros sobre la situación persistente de violencia
en México. Todavía el viernes se discutía también la decisión de relevar la
policía estatal y municipal asignada en Chilpancingo y de que, mientras sus
miembros eran sometidos a un proceso de evaluación y capacitación, la Policía Federal
asumiría el mando con el proyecto de hacer próximamente lo mismo en Acapulco. Igualmente,
en el tema de las autodefensas, seguía latente la valoración de la alianza con
estos grupos y de su penetración por el crimen.
Por otra parte, la cumbre de mandatarios
del Norte en el marco del vigésimo aniversario del TLC realizada la semana
pasada en Toluca le pareció a la mayoría de los comentaristas, y al público en
general, chiquita y pobre en resultados. Pero lo que sin duda fue más pobre fue
la capacidad gubernamental de difundir arreglos que tienen su relevancia como
son entre otros el pacto de crear un Plan Norteamericano de Transporte, el que
se convino simplificar requisitos aduaneros, la extensión del programa Viajero
Seguro, y ojo porque tiene que ver con nuestro tema central, el que se destacó
la importancia de la coordinación entre dependencias y del intercambio de
información en la lucha contra el narcotráfico y el trafico de armas y
personas.
En este contexto crítico, los panistas
encontraban la posibilidad de ahuyentar la atención sobre las pruebas de
corrupción de sus legisladores y del presupuesto faltante en la administración
pasada de su partido, y sobre sus divisionismos internos de frente al cambio de
su dirigencia. De igual forma los perredistas, en el mismo proceso, disimulaban
el que incluso el ala moderada de los chuchos no termina de ponerse de acuerdo
si apoyar a Carlos Navarrete o a Cuauhtemoc Cárdenas y el que Marcelo Ebrard
coquetea con Movimiento Ciudadano.
Así las cosas todos nos quedamos mudos el
sábado con el arresto limpio del Chapo, sin disparo alguno, que no se puede
negar es producto del cambio de política que privilegia la estrategia sobre el
enfrentamiento, la coordinación no sólo horizontal y con Estados Unidos (en un
mayor respeto de nuestra soberanía que sólo obscureció el que desde allá se haya filtrado la noticia), sino
también vertical con las distintos niveles de poder. Así, me parece simplista
creer que al Chapo lo hubieran podido atrapar en cualquier momento y que hasta
ahora quisieron hacerlo. Me parece sí que esta vez se buscó su aprehensión
cuando hubieron las condiciones, cuando las instituciones están funcionando
mejor y que se han dado otros pasos, en otros frentes, en la lucha contra el
crimen organizado, cuando pueden controlarse mejor las posibles consecuencias
negativas de la aprehensión del líder del cartel de Sinaloa, ya que puede
haberlas como vimos en el sexenio pasado con la detención de ciertos capos que
desmembraron para mal a las organizaciones con efectos como el de Michoacán.
De paso, a pesar de haber criticado con
vehemencia en su momento la lucha incesante de Felipe Calderón en este terreno,
quiero reconocer que sentó las bases de la inteligencia que hoy ha mejorado
Peña Nieto y que el que entonces la mayoría de los gobiernos estatales
estuvieran fuera de su control impedía cualquier coordinación que se buscara.
En suma, se ha informado que detenciones
recientes llevaron a un celular del que rastrearon llamadas, lo que junto a la
información de los detenidos y la tecnología de los norteamericanos permitieron
en las últimas semanas acorralar al Chapo, perderlo y finalmente localizarlo.
Algo había cambiado: el personaje que hace trece años compró a quien tuvo que
comprar para escapar de la cárcel, en esta ocasión no fue alertado por nadie.
La cadena de corrupción que lo salvó esa y quizás muchas veces más, cadena que
hoy tiene que estudiarse para castigar a los culpables y llegar a los
responsables de su protección, ya no operó.
Sobre la base de los límites con los que la
política de seguridad pudo implementarse en el pasado, hoy se tiene que
esclarecer lo que haya sucedido cuando el PAN estuvo en el poder federal, como
debe esclarecerse lo que pasó durante los dos últimos sexenios priistas en los que
también hay pistas de un combate selectivo al narco.
Haría mal el gobierno actual de dormirse
sobre los laureles del golpe del sábado. Han tenido la suerte, que algunos no
pueden ver como casualidad, de que desvíe la atención sobre la importante
discusión que se va a librar en el Senado hoy sobre la ley reglamentaria de la
consulta popular si bien todo parece indicar que viene planchada para quitarle
carácter vinculatorio y contener el derecho ciudadano de modificar la
constitución, asunto complicado y de gran relevancia que desgraciadamente se
está discutiendo a través de posiciones partidistas en función de la reforma
energética.
A saber si la detención del Chapo y los
pasos firmes de la nueva política de seguridad den resultados y tengamos en un
plazo razonable un México que haya dejado atrás la violencia generalizada. A
saber si las reformas de Peña Nieto nos lleven por buen camino y la situación económica
mejore la calidad de vida de la mayoría de la población. En la posición más
optimista el futuro sólo puede parecer promisorio. En una posición pesimista,
la eficiencia de un mandatario en la persecución de su proyecto puede resultar
fatal.
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