Dos grupos de noticias aparecieron los
últimos días en los medios que ejemplifican la mirada alerta y escéptica de ciudadanos y políticos de
oposición al gobierno federal de frente a su política de seguridad, en
particular en Michoacán en donde el esquema ha sido renovado, y la urgencia de
los responsables por ventilar lo más pronto posible resultados. En efecto, como
pudimos ver en Davos, incluso en el exterior el discurso optimista de Enrique
Peña Nieto es enfrentado a los hechos que revelan un México en que la violencia
no disminuye.
Por un lado nos enteramos que algunos
senadores del PAN y del PRD pidieron una explicación de la reunión que sostuvo
Alfredo Castillo, Comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral en la
entidad con un líder de Los Valencia, reunión que ha sido confirmada por el funcionario
excusándose de no haber sabido de la relación de su interlocutor con el grupo
delictivo. Dicha respuesta no lo salvó de la sospecha de estar posiblemente
estableciendo acuerdos selectivos con determinados sectores del crimen
organizado.
Frente a ello las autoridades presumen, en
paralelo con la disminución de las cifras de ejecutados ligados al narco, la
detención de capos, la recuperación de varios municipios de Tierra Caliente, el
repliegue de los Templarios de Cristo, la reapertura del comercio, el regreso
de los niños a clase, el diseño de proyectos sociales y estimuladores de la
economía de la región, y sobre todo la propuesta de legalizar a través de
varias vías la acción de los grupos de autodefensa conformados en el estado por
la agudización de la inseguridad.
Michoacán será una prueba de fuego para el
Presidente quien parece haberlo entendido al punto que rediseñó su estrategia,
cabe decir que sin cambiarla. En efecto hasta mediados de enero había venido
desplegándose la política que se puso en marcha al inicio del sexenio,
diferente de la del expresidente Felipe Calderón en tanto la directriz de su difusión
ha venido siendo el desinflar el problema, por ejemplo el dejar de hablar de
una guerra contra los carteles, diferente porque se intensificaron
los esfuerzos de inteligencia detrás de las acciones cuidando en especial la
legalidad de su proceso, porque se fueron no sólo contra los altos mandos de la
delincuencia sino también contra los mandos intermedios, y porque se procuró
desde el principio coordinar mejor las medidas que se fueron tomando. De tal
forma se sintieron avances en algunas otras entidades, como en Coahuila o Nuevo
León, no así en Michoacán.
Aquí las cosas fueron de mal en peor, pese
a que primero en agosto del año pasado se firmó el Acuerdo por Michoacán en el
que partidos políticos, empresarios y organizaciones sociales se comprometieron
a reimpulsar el desarrollo de la entidad, pese a que segundo se pusieron en
marcha varios planes como el operativo Corredor Franco para recuperar las
carreteras, pese a que tercero llegaron al estado más efectivos de la SEDENA y
de la SEMAR y se hicieron varias detenciones, y pese finalmente a que en
noviembre se retomó el control del Puerto de Lázaro Cárdenas.
De tal suerte a mediados de enero, dos días
después de que se tuvo una reunión con el gobernador Fausto Vallejo, de repente
tras la divulgación de un video con declaraciones del Dr. Mireles líder de un
grupo de autodefensa en las que se aludía a la posibilidad de deponer las armas
(más adelante el Dr. aclararía que en tal video se deformaba lo que él había
querido decir), frente a la ineficiencia estatal y la pérdida del Estado de
derecho, una situación que algunos califican de Estado fallido, pero a mi
parecer de frente sobre todo al
peligro que representan ciertos grupos de civiles armados con la sospecha
fundada de recibir apoyo del mismo narco contra el Ejército y los grupos de
autodefensa, fue que se creó la comisión presidida por Alfredo Castillo, hombre
cuya trayectoria política demuestra la confianza que le tiene Peña Nieto y el
que le gustan las tareas difíciles.
Esta comisión mantiene la idea de la
operación en los ámbitos políticos, económicos y sociales además del de la
seguridad. Su función principal es de enlace entre las acciones de apoyo y
auxilio y entre los niveles de gobierno y sus dependencias, pero su jerarquía
de creación por decreto presidencial como órgano desconcentrado de la
Secretaría de Gobernación la provee incluso de la posibilidad de solicitar el auxilio
de las fuerzas armadas.
En suma esta comisión responde a la
conciencia del actual Presidente de la necesidad de atraer el caso como
prioritario, si bien implique desplazar a su representante en Michoacán Jorge
Carlos Ramírez Marín, y lo ha llevado a retraerse de su política de no hacer
declaraciones en la materia. Es más, tan pronto lo permitió su agenda hace una
semana precisamente, fue personalmente al estado a poner en marcha el programa
“Michoacán, juntos lo vamos a lograr” en el que se condensan todos los proyectos
y acciones propuestas (suman 250) que comprenden una inversión de 45 mil 500
millones de pesos.
Cabe reconocer que la idea subyacente en
todo ello, de que no basta con el uso legítimo de la fuerza para recobrar el
orden, no es nueva. Calderón la aplicó en Ciudad Juárez en 2010 a través del
programa “Todos somos Juárez” que inyectó en principio 700 millones destinados
al rescate de espacios públicos, viviendas, pavimentación de calles, dotación
de agua potable, alumbrado, drenaje, incorporación de miles de familias a Oportunidades, estancias infantiles,
becas escolares, atención psicológica a víctimas y apoyo a organizaciones
civiles. Y viene lo mejor. En este punto pareciera que incluso ese programa, el
cual de hecho dio resultados medibles, fue superior en tanto permitió que el
presupuesto destinado fuera fundamentalmente administrado por grupos
ciudadanos.
Por ello, el caso de la violencia en
Michoacán amerita una estrategia de la magnitud de la que se propone, pero bajo
la estricta vigilancia de la sociedad y con una rendición de cuentas sin cifras
deformadas y optimismo sin fundamentos. Así quisiera al menos entender el que en
el nombre del programa se haya incluido el término de juntos. Porque no debe verse
exclusivamente como una justificación (necesaria por cierto) del gobierno
federal de su intervención con base en la gravedad provocada por la inseguridad
en la entidad, en un contexto en el que se ha venido generalizando una crítica
a las reformas peñistas de golpear nuestra herencia federalista, crítica que
puede ser objeto de un comentario personal futuro.
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