El
clima persistente de corrupción y violencia en el país ha contaminado no sólo
los procesos electorales locales que culminarán el domingo próximo sino también
la capacidad de análisis de los mismos, de suerte que no han generado la
atención debida en cuanto a la distribución de las preferencias que
posiblemente arrojen y su significado.
El
domingo próximo habrá elecciones en catorce entidades del país. En
Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa,
Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas de diputados locales y alcaldes,
como en Baja California Norte en donde además se elegirá gobernador. Mientras
en Coahuila sólo están en juego las presidencias municipales, y en Hidalgo la
recomposición del Congreso.
Más
allá del escándalo que estos procesos generaron en cuanto al reclamo por
sospechas de uso clientelar de los programas sociales que destapó el Partido
Acción Nacional (PAN) y secundó el de la Revolución Democrática (PRD) poniendo
en peligro la supervivencia del Pacto por México hasta que Enrique Peña Nieto
ideó el firmar un adendum a este compromiso para que todos los gobiernos
sacaron las manos de los mismos, y de los lamentables sucesos de atentados
contra ciertos aspirantes algunos de los cuales cobraron vidas, poco se ha
escrito sobre estos procesos que siguen guardando una lógica muy particular si
bien este año a mi parecer se ven más impactados que en otras ocasiones en
elecciones de este tipo por la coyuntura de los partidos políticos a nivel
nacional y por el proyecto de gobierno y las prioridades que la actual
administración federal persigue.
Las
elecciones locales que vienen nos están revelando un panorama político plagado
de contradicciones. Al parecer el Presidente puede incluso con honestidad pedir
una elección limpia, pero a decir de las acusaciones que persisten algunas
autoridades priistas mantienen oídos sordos, mientras panistas y perredistas desarrollan
un comportamiento que no resulta mucho más trasparente. Así nos están revelando
un México en donde los acuerdos y la ley se violan con bastante impunidad, un
México en donde el estado de derecho está en crisis, si bien este clima no
puede achacarse exclusivamente al crimen organizado.
En
los últimos días en Coahuila y Tamaulipas varios candidatos recibieron amenazas
para retirarse de las contiendas. En Veracruz tanto hubo un ataque con bombas
molotov contra la comitiva del equipo de campaña de un aspirante a presidente
municipal del PAN, como otro a balazos contra un candidato del Partido
Revolucionario Institucional (PRI). En Quintana Roo fueron incendiados
vehículos del PRD en un municipio, en Chihuahua murió un aspirante del PRI a
alcalde y en Oaxaca un dirigente del PRD, a la vez que se llevó a cabo un atentado
contra una candidata priista a diputada a raíz del cual fallecieron su esposo y
una sobrina. Finalmente en Sinaloa fue asesinado un candidato suplente a
regidor de la alianza PAN-PRD-Partido del Trabajo (PT) y el hijo de un
coordinador de la campaña del PRI de la misma presidencia municipal.
Este
panorama es una pena, pero no nos debe opacar otra parte de lo que está detrás
de estas elecciones. Para resaltar su relevancia, cabe indicar el que están en
juego 2,181 cargos públicos y poco más de la mitad de los gobiernos municipales
del país. Su resultado nos va a hablar mucho de las características del sistema
político que se ha venido construyendo en México y el punto en que lo ha
impactado el regreso del PRI a los Pinos. En principio hemos sido de aquellos
que han sostenido que este tipo de elecciones están insertas en una dimensión
subnacional del poder que interactúa sólo parcialmente con la dinámica federal
de la política, lo cual nos ha llevado a advertir que a ese nivel regional el
PRI se mantuvo implantado durante los gobiernos panistas, a comprender su buen
desempeño en elecciones locales y que cuando pudo resolver una candidatura
presidencial sin dividirse sobrevino la segunda alternancia que lo regresó al
poder. En este sentido es de esperarse que a las próximas contiendas llegue con
una gran ventaja, aunque paradójicamente del propio gobierno de Peña Nieto
puede estar emanando el apostar por resultados plurales que le mantengan tanto
al PAN como al PRD como partidos aliados en la persecución de las reformas
estratégicas que busca.
Algo
más: la diferencia de los juegos subnacionales con los nacionales la expresan
especialmente los llamados partidos chicos y da como resultado un escenario
complejo. El Partido Verde Ecologista de México va con el PRI en casi todos los
estados; en pocos de ellos su alianza es parcial como en Tamaulipas o Tlaxcala
y en Zacatecas juega solo. El PT se presenta
independiente en casi todas las entidades mas va con el PRI en Baja
California Norte y Chihuahua, y con la alianza PAN-PRD en Oaxaca y Puebla pero
no en Puebla. El Partido Nueva Alianza se presenta en coalición con los mismos
partidos en Baja California Norte y Puebla, y con el PRI en Chihuahua y Sinaloa
y parcialmente en Tamaulipas y Veracruz. Por último Movimiento Ciudadano es el
partido que mas le apostó a crecer en una vía autónoma y puede como el año
pasado lo hizo en Jalisco dar algunas sorpresas en algunas capitales como
Aguascalientes o Oaxaca.
En
este escenario me atrevo a pronosticar que las cifras que arrojen las
contiendas en cada entidad dependerán de qué partido detenta ahí el poder estatal,
siendo que lo detenta en la mayoría salvo en Baja California Norte (donde
gobierna el PAN desde 1989 y donde en la renovación del ejecutivo sufrirá de su
desgaste si bien enfrenta a un PRI que desde hace unos años gobierna algunos
municipios con resultados cuestionados), y en los emblemáticos estados donde en
2010 coaliciones del PAN y el PRD fueron triunfadoras a saber Oaxaca, Puebla y Sinaloa donde hoy estos
partidos repiten con buenos augurios la experiencia, y la extienden a otras
entidades como Baja precisamente.
Los
resultados dependerán también de que tan predominante es en cada estado el PRI
que lo es en Chihuahua y en Coahuila (en donde la coalición antipri poco parece
estar afectándolo), como lo es poco menos en Tamaulipas o Hidalgo. Así los
resultados a mi parecer serán para el PRI menos buenos en aquellas entidades recién
recuperadas como Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas, o donde la oposición ha
venido ganando terreno como Durango, Veracruz y Quintana Roo. En ellas las
coaliciones antisistema representan una amenaza para los priistas y las hay
formales y totales en Aguascalientes, Durango y Zacatecas, como informales y
parciales en Veracruz y Quintana Roo. Por lo que toca a Tlaxcala la competencia
apunta a ser intensa.
En suma el fenómeno de las
coaliciones antipri, como hace tres años, se avecina de mucha relevancia en la
interpretación de las contiendas del 7 de julio. El priismo regional no tiene
todo en sus manos. Pese a sus disputas internas, los panistas con base en un
electorado fiel están dispuestos a consolidarse como segunda fuerza, y los
perredistas a seguir abanderando a la izquierda en una posición moderada de frente a
la escisión radical expresada en la emergencia de Morena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario