martes, 26 de febrero de 2013

Sobre la desaparición forzada y el combate al narcotráfico


El legado del fracaso de la mal llamada guerra del expresidente Felipe Calderón contra el narcotráfico produjo decenas de miles de muertos, multiplicación del número de carteles operando en el país, una red más compleja de complicidad con las autoridades encargadas de combatirlos, el aumento del consumo interno de drogas y una creciente inseguridad incontrolable pese al enorme gasto público que se destinó a este rubro. A ello debemos  sumar, ahora los sabemos, el número de desaparecidos que la semana pasada produjo una confusión en los medios a la que me quiero referir.
El asunto partió de las declaraciones de José Miguel Vivanco, director para las Américas de la organización defensora de los derechos humanos “Human Rights Watch” tras reunirse con funcionarios de la Marina, con el Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos Raúl Plascencia y con Miguel Ángel Osorio Chong de la Secretaría de Gobernación, en representación de Enrique Peña Nieto quien se excusó de no poder recibir a los activistas por cuestiones de agenda. Vivanco pidió hacer justicia a los miles de desaparecidos que ha habido en México desde finales de 2006, ya sean víctimas del crimen organizado o de la fuerza pública. Las desapariciones forzadas o no forman parte, dijo, de una guerra sin controles en donde es fácil de constatar que no se estuvo a la altura y todo fue permitido. El nuevo gobierno según sus señalamientos, tiene la obligación de afrontar el problema. Por ello se debe investigar para que en su caso las fuerzas de seguridad rindan cuentas de los abusos cometidos.
La organización HRW se pronunció porque las autoridades den resultados. No pueden quedarse en estadísticas, en informes, en conceptos genéricos o abstractos. Para revertir esta crisis que ha sido ignorada y lograr que no se vuelva a repetir, se debe implementar una estrategia concreta con base en un modelo distinto que erradique estructuralmente la impunidad. Ello implica por lo pronto que haya rendición de cuentas, o sea identificación, procesamiento y castigo ejemplar de soldados, marinos y oficiales implicados en desapariciones  de cara al país. Es importante, según se dijo, contar con controles claros, internos y externos, con incentivos para mejorar el rendimiento profesional de las autoridades. Para este fin se debe fomentar el desarrollo de  una cultura que combata la corrupción y el abuso en materia de derechos humanos y elimine la complicidad en la comisión de delitos, de tal suerte que aquellos que portan uniformes o están vinculados al poder también respondan a la justicia.
Ahora bien, cabe precisar que en su informe “Human Rights Watch” presentó únicamente 249 casos de desapariciones forzadas desde 2007, de los cuales 149 presentan evidencias contundentes de la participación directa de las fuerzas de seguridad del Ejército y la Marina y de las tres policías municipales, estatales y federales. En los 100 casos restantes existen sólo fuertes presunciones de la participación oficial. El total de casos aludidos son señalados extremos y documentados (aquellos por los que se pueden responsabilizar) y desde luego no aspiran a ser los únicos.
En este contexto sorprendió el que la propia Subsecretaría de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos de la SEGOB, a cargo de Lía Limón,  confirmara la existencia de una lista con nombres de más de 27,523 personas no localizadas desde fines de 2006 hasta noviembre de 2012 según un estudio del Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información, el área de inteligencia de la Fiscalía Federal.
Quiero abonar a favor de la buena voluntad de esta dependencia en hacer pública una información oficial, si bien de hecho según la ONG aludida ya se había filtrado hace más de dos meses. Sin embargo la declaración me generó, como a muchos, la impresión de que había sido  imprudente pues daba a conocer cifras no depuradas y por lo  mismo creaba confusión. De hecho fueron elaboradas a partir de marzo de 2012 cuando el Senado aprobó la Ley sobre desaparecidos, con reportes de la PGR, las procuradurías estatales, el CISEN y la Marina sin cruzar información, por ejemplo con averiguaciones previas abiertas.  
El número de personas desaparecidas debe ser mucho, mucho mayor que el de las casi 250 personas señaladas por la organización HRW (por ejemplo funcionarios de Coahuila les indicaron que, de diciembre de 2006 a abril de 2012, habían desaparecido en el estado 1,835 individuos), pero hablar de más de 27,000 es hablar para efectos de comparación de más desaparecidos de los que arrojó la dictadura en Argentina. Ello sin duda le generaría al gobierno, y no sólo al anterior, una responsabilidad sin precedentes frente a un delito, la desaparición forzada, que no prescribe. Los panistas quizás con razón están muy molestos. Legisladores como Héctor Larios y Roberto Gil ya señalaron que una cosa son las personas no localizadas y otra las desaparecidas. Además en las desapariciones hay que distinguir las forzadas, de las que no lo son.
De frente a estas críticas se entiende que la propia dependencia ya haya señalado que la base de datos aludida servirá de partida para la conformación del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas que contará, tal como recomendó HRW, con datos e información genética tanto de las personas que buscan a sus familiares como de los cuerpos hallados no identificados.
Así las cosas me pregunto de cualquier modo si algún día podremos tener acceso a una buen cifra de las desapariciones forzadas en el sexenio pasado para sumarla a los costos de una política equivocada que hoy, así lo creo y lo espero, se quiere corregir sin que se haya a pesar de ello notado aún efectos de las nuevas medidas tomadas bajo el control político de nuestra nueva supersecretaría de Gobernación. En concreto ésta tendrá a cargo una mayor coordinación entre dependencias encargadas de enfrentar la inseguridad y distintos órdenes de gobierno, con un programa que uno pretende rebasar el combate frontal de criminales y no enfoca principalmente la aprehensión de cabecillas, un programa que dos se encamina a la reconstrucción y unificación de los manos policiacos y de los códigos penales, un nuevo sistema que asegure el cumplimiento de la ley con el respeto debido a los derechos humanos, un programa que tres va hacia las causas sociales reales del problema y destina un presupuesto importante (118,000 millones de pesos) para la reconstrucción del tejido social en los 250 municipios más afectados donde se llevarán a cabo acciones preventivas al delito, más los 50 que se atenderán urgentemente, un programa que cuatro y último busca contar con el apoyo de la sociedad civil, grupos empresariales y organismos no gubernamentales con vías a su ejercicio transparente.
Sin duda la nueva estrategia me parece más completa y espero no se quede en una narrativa distinta dirigida a los medios y destinada sobre todo a la imagen de México en el exterior. En tanto se perciben resultados, la nueva administración debería por lo pronto atender los juicios debidos ante la comisión de delitos comprobados en tiempos de Calderón para sentar nuevas bases. Del mismo modo es momento quizás de revisar algunos nombramientos de funcionarios con experiencia en la materia dudosa, o inadecuados, los cuales con declaraciones desafortunadas hacen aún más difíciles las tareas pendientes.

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