martes, 12 de marzo de 2013

En torno a 100 días de gobierno de EPN


Los cien días del nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto han generado comentarios parecidos en políticos de distintas corrientes, partidos y analistas en cuanto a los puntos positivos que consideran ha sumado el nuevo mandatario. Por lo que se refiere a sus críticos, a mi parecer se han destacado más las posiciones de izquierda, tanto la moderada perredista como aquella emanada de los radicales que buscan posicionarse en el sistema de partidos como nueva opción, que aquellas que se producen en el seno de los panistas que lejos del poder y a  la defensiva están más concentrados en sus luchas internas con vías a su reorganización en las nuevas condiciones en que los dejó el regreso pujante de los priistas a los Pinos. Sin embargo, aún estas críticas no tienen suficiente consistencia de frente a un inicio de sexenio que no se puede negar ha ganado adeptos por espectacularidad.
Trabajando a toda marcha con actos públicos casi diarios (han sido 85) con importantes discursos que han puesto a andar prácticamente las 13 acciones enunciadas en el discurso de toma de posesión, ha destacado fundamentalmente la capacidad del actual Presidente de concretar un acuerdo de cooperación con las principales fuerzas del país que ya generó la aprobación de la reforma educativa y la presentación ayer del proyecto de reforma al sector de telecomunicaciones que abriría TV y telefonía a la competencia. Particulares felicitaciones mereció la detención de Elba Esther Gordillo, dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en un operativo construido con base en una investigación sobre desvío de dinero con movimientos que explican su enriquecimiento ofensivo, mas todos sabemos golpea medularmente intereses afectados por la reforma educativa que pretendían obstaculizar.
Además se ha reconocido el que Peña Nieto ha demostrado hasta ahora una capacidad política que igual le ha permitido sentar en su mesa a gobernadores de todos los colores, que facilitado la puesta en marcha de un programa de seguridad más ambicioso diseñado a partir de las causas generadoras del aumento de la violencia en México que se pueda implementar en coordinación con los distintos niveles de poder, así como tomar el control de su partido a través de la reciente XXI (vigésima primera) Asamblea manejada con una habilidad que primero flexibilizó los programas de acción del partido de suerte que concuerden con las políticas de su gobierno, y segundo abrió sus estrategias electorales a los nuevos tiempos.
Sin embargo los críticos ven en el Pacto por México un acuerdo de dirigencias que no deja de ser frágil, en la reforma educativa una serie de medidas (algunas nada nuevas que es lo mismo que se dice de la Cruzada contra el Hambre) medidas que para hacerse efectivas tendrán que operacionalizarse. Lo mismo se dice del programa de seguridad cuyos resultados tenemos que esperar mientras el problema sigue creciendo geográficamente y socialmente se traduce ahora en la nueva modalidad del surgimiento de grupos de autodefensa que también violentan el estado de derecho.
Del mismo modo, se duda de la voluntad o de la capacidad de atentar contra los poderes fácticos a pesar del encarcelamiento de la Maestra Gordillo, pues sobreviven líderes sindicales del mismo corte. En este mismo sentido se afirma que en el proyecto de reforma en materia de telecomunicaciones, el cual si bien sí impulsa el desarrollo tecnológico en el sector y la competitividad (en tanto propone que se liciten dos nuevas cadenas de televisión abierta para nuevos concesionarios), se dejó sentir la presión de los concesionarios actuales con lo que se logró incluir una cláusula para limitar la gratuidad para las empresas por cable de los contenidos de radiodifusión o de retransmisión.
En suma la crítica se construye sobre la base de que el nuevo gobierno ha logrado posicionar más un discurso que produce una confianza basada en la impresión que contamos de nuevo con políticos que sí saben de su oficio, que producir resultados que se puedan comprobar. Esta crítica me parece sin embargo pobre frente a tan sólo cien días de gobierno en el que, sí, tan sólo se han dado a conocer programas, mas éstos parecen entretejer un proyecto de nación con amplia visión. Por lo que se refiere a sus resultados, es demasiado pronto para que se valoren. De ello nos encargaremos a su tiempo y los priistas seguramente cobrarán la factura.
Ahora bien, la crítica más mordaz ha enfatizado el regreso de un viejo estilo de hacer política incluyente, centralizador y autoritario, con base por ejemplo en el uso de la fuerza selectiva a través de golpes legitimadores como son los procesos contra personajes desprestigiados que han dejado de ser aliados, o bien en la asamblea del PRI que transparenta el liderazgo indiscutible del jefe del ejecutivo en el partido o igual en el peligro de intromisión en un órgano como es el IFAI que amplía precisamente sus funciones en el contexto de una crisis interna que se quiere aprovechar para la nueva designación ampliada de todos sus comisionados. Supongo que reflexiones de esta índole llevaron hace unos días a Miguel Barbosa, coordinador de los senadores del PRD,  a declarar que en el gobierno federal hay signos de resurgimiento de un presidencialismo vertical y del ejercicio de un poder absoluto preocupante, cuando México reclama un verdadero ejercicio de poder democrático.
Esta conclusión me parece exagerada e infundada en tanto el presidencialismo exacerbado en México del pasado fue producto no sólo de los poderes constitucionales otorgados al Presidente del República sino igual de los poderes metaconstitucionales que concentró, los cuales fueron desapareciendo con el proceso de cambio político en el país, las reformas electorales y el afianzamiento de la pluralidad política que le quitó al jefe del ejecutivo el control del legislativo, a la par que la crisis y la reforma del estado habían disminuido su capacidad clientelar.
No creo por lo mismo que Peña Nieto luche ahora por restaurar este presidencialismo, porque sería inútil en un México no sólo competitivo sino con poderes más equilibrados, sino lucha por reconstruir una gobernabilidad mermada desde el advenimiento en 1997 de los gobiernos divididos que hemos tenido. A partir de entonces, desde el legislativo se había bloqueado el ejercicio de gobierno dando pie a presidencias débiles como fueron las panistas. En su esfuerzo por fortalecer la presidencia, el peligro hoy es entonces sólo, y no es poco, el potencial ejercicio autoritario del poder que la oposición y la ciudadanía en general deben impedir, pero también los priistas que mucho ganaron con la descentralización política que produjo la alternancia del 2000.

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