Estamos
a cuatro días de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. En los medios de
comunicación se barajan los nombres de quienes ocuparán los cargos públicos más
importantes en el nuevo gobierno. La toma del control del aparato burocrático
requirió la semana pasada de dos medidas que se tomaron en el Congreso las
cuales revelan el impulso de eficiencia que el próximo Presidente desea
impregnarle desde el primer momento a su gestión, de frente a sus mayores retos
a saber la debilidad del ejecutivo y la crisis de gobernabilidad del Estado,
ambas características que le impregnaron al sistema político mexicano la
pluralidad y una violencia en ascenso e incontrolada en el país. Me refiero uno,
a la Reforma a la Ley de Servicio Profesional de Carrera y dos, a la
modificación de la Ley Orgánica de la Administración Pública que
definitivamente le regresan a ésta el sello priista.
Según
yo entiendo, contrariamente a lo que algunos analistas han afirmado, el primer
cambio no debe entenderse como atentado a la profesionalización de la carrera
burocrática que originalmente buscó el panismo y logró tan pobremente, sino de
liberar miles de plazas de alto nivel al menos más de 4000 a nivel de
directores generales y adjuntos ubicadas en 74 áreas y organismos. En efecto
los priistas aseguran que los calderonistas colocaron irregularmente a
simpatizantes y amigos en importantes puestos que ahora quieren los peñistas
para el ejercicio de su programa de gobierno.
Por
lo que se refiere a los cambios en el organigrama de la administración pública,
la intención parece ser una simplificación en una lógica diferente de ejercicio
del poder de forma más piramidal. Peña Nieto, a decir de sus allegados, parece
preferir una mayor concentración de poder en superministros a su mando. En este
sentido desaparecerán dos secretarías, la de Seguridad Pública que creó
precisamente Vicente Fox y la de la Función Pública cuyas tares las absorberá
en parte la Secretaría de Hacienda que se encargará de recabar las
declaraciones patrimoniales de los altos funcionarios y la nueva Comisión
Anticorrupción que se está conformando.
De
esta manera tendrán de entrada más funciones la Secretaría de Hacienda y sobre
todo la Secretaría de Gobernación, sino también la Secretaría de la Reforma
Agraria y la de Desarrollo Social. La de la Reforma Agraria supuestamente para
propiciar un mayor orden en el desarrollo, por lo que se le añadirá competencia
en materia territorial y urbana. La del Desarrollo Social para reforzar el
combate a la pobreza y la desigualdad, por lo que se pensó que tenía que
controlar los organismos creados durante las últimas décadas para la atención
de jóvenes, adultos mayores, personas con discapacidad, mujeres e indígenas.
Sin embargo, en la discusión, los de mujeres e indígenas quedaron fuera.
Así
entonces, de los cambios que se avecinan, el más comentado ha sido el de la
Secretaría de Gobernación. En efecto la reforma le restituye a la SEGOB la
función de negociación con las distintas fuerzas políticas del país que tuvo
por momentos durante el panismo, pensemos en el paso en ella de Fernando Gomez
Mont de 2008 a 2010, e incluso le otorga un carácter de coordinación del
gabinete al adquirir funciones que actualmente se cumplen desde la oficina de
la Presidencia. En este sentido el Secretario de Gobernación deberá ser quien
haga el seguimiento de las políticas públicas. Por otro lado, se entiende que
la SEGOB tendrá también otro pilar enfocado al control del crimen organizado y
la delincuencia. Cabe precisar en particular que tendrá a su cargo una nueva
Gendarmería Nacional y una Agencia de Seguridad para controlar el trabajo de
todas las corporaciones policiacas federales y entablar, entiendo, la relación
con aquellas que operan a otros niveles. Además se responsabilizará de la
dirección del sistema penitenciario federal.
Lo
menos que se puede decir es que es difícil analizar objetivamente los cambios
administrativos propuestos, por la politización con la que han sido recibidos.
La reforma de la SEGOB la veo acertada
en cuanto se encuentra en la línea de fortalecer los mecanismos de negociación
política del ejecutivo y de organizar un mando único policiaco en México. Más
puede ser también ciertamente riesgoso volver a concentrar en las mismas manos
las tareas de recuperación de la fortaleza y liderazgo del gobierno, con las de
la detención de la fuerza. Me pregunto: ¿Puede fungir como mediador adecuado de
los conflictos sociales quien tiene el garrote en la mano? ¿Por qué contaminar
las funciones políticas con el control de la seguridad? ¿No puede ser ello
intimidatorio? ¿No puede acaso acabar siendo un organismo violatorio de los
derechos humanos aquel que pretende velar por ellos?
El
modelo político que Enrique Peña Nieto ha exhibido es un modelo político
centralizador que puede hacernos temer con razón una regresión autoritaria, y
ahí está en su historial su respuesta al asunto de Atenco, mas no podemos negar
para nuestra tranquilidad también que en el ejercicio del poder ha demostrado
que sabe delegar y respeta autonomías así como formas plurales y competitivas
que se han impuesto en México. Por ello creo que con lo que está haciendo le
esta honestamente apostando a fundar un nuevo tipo de liderazgo, en esencia que
genere más y mejores resultados. Lo que está por verse es si también se
desenvolverá dentro de cánones democráticos. El autoritarismo es un fantasma
que nos acecha, por lo que la sociedad no debe bajar la guardia. Por ejemplo el
diseño de la Comisión Nacional Anticorrupción se formula otra vez a espaldas de
la participación ciudadana, mediante un mecanismo de elección de sus
integrantes obscuro que puede caer como otros tantos en cuotas partidistas.
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