miércoles, 25 de julio de 2012

Retos y oportunidades partidistas. El caso del PRI.


Los conflictos políticos en los que inevitablemente derivó la jornada electoral del pasado primero de julio pueden ser analizados desde los problemas, retos y oportunidades  que enfrentan los distintos partidos  en el país. Hoy abordo el caso del Partido Revolucionario Institucional.

El PRI ha tenido que defenderse de la impugnación en su contra por parte de la Coalición Movimiento Progresista. Muy seguramente conseguirá que se demuestre la legalidad de su victoria en la elección presidencial. En efecto el IFE le ha entregado ya al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación argumentos claros en contra de la posibilidad de declarar la invalidez de la misma. Destaco los siguientes. No se tienen los elementos necesarios para determinar un rebase del tope de gastos de campaña de Enrique Peña Nieto. Asimismo no hay pruebas de contrato alguno encubierto que derivara en comentarios en radio y televisión que beneficiaran al candidato priista. Por lo que se refiere al papel de las encuestas preelectorales sobre preferencias no se pueden considerar propaganda. Sobre la compra y coacción del voto no se aprobaron al parecer información con valor probatorio. Incluso sobre las tarjetas Soriana y los monederos Monex no se comprueba que hayan sido ni recibidos, ni condicionados, ni que contuvieran dinero. De hecho la libertad del voto fue promovida y su secrecía garantizada. Por último, según el texto transmitido, existe una diferencia tal de votación entre los dos primeros lugares de la contienda que no se puede realmente sostener  supuesto alguno para anular los comicios. Queda ahora que el Tribunal procese todas las inconformidades, dictamine la elección, determine el cómputo final y en su caso haga la declaratoria de Presidente Electo para lo cual tiene hasta el 31 de agosto.

Sí, seguramente no tendrá tropiezos el PRI para defenderse pero mal haría en creer que la defensa de la legalidad de su victoria es su única tarea. La gran mayoría de la población quiere que se acepten los resultados, pero eso no quiere decir que la mayoría crea que son legítimos. En este sentido este partido tiene varias luchas por delante, además de la defensa del triunfo de Peña Nieto.

Por ejemplo tiene la tarea a de reconocer que a cada elección presidencial desde que se fortaleció la competencia política en México, salvo en el 2000 en que se dio la alternancia política a nivel federal, la normatividad con la que se ha contado  ha demostrado ser insuficiente para la aceptación tersa de los resultados por parte de los partidos perdedores. Una de las fragilidades de nuestra democracia es esta desconfianza que aún es demasiado generalizada. La desconfianza nos ha llevado a la organización de elecciones muy caras en las que se cuentan bien los votos, pero que transcurren todavía a través de procesos dudosos que no pueden ser ignorados o minimizados.

Qué pena pero se tiene que trabajar aún más en ello y el PRI debiera abanderar una nueva reforma electoral bajo los criterios de una consulta amplia a expertos y de una sana discusión con todos los actores políticos involucrados, que entre otros puntos amplíe bajo criterios específicos las causales de nulidad de las elecciones, como por ejemplo el rebase de los topes de campaña y las entradas por encima de las permitidas de financiamiento privado a los partidos, estableciendo mecanismos más eficientes para evitarlas sobre todas aquellas de procedencia ilícita. Si es cierto que este partido ha sabido ser competitivo debe, además, promover controles más firmes para la transferencia de recursos y dinero del gobierno a todos los niveles a los partidos y a las campañas.

Por su parte el gobierno emanado del triunfo del PRI tiene que basar el fortalecimiento de su legitimidad en la promoción de ésta y de otras reformas en una actitud que demuestre bien su diferencia ideológica con las políticas gubernamentales anteriores. El reto del partido es igualmente la transformación de la relación que le caracterizaba en tiempos pasados con el propio ejecutivo federal. En doce años el PRI cosechó triunfos estatales y locales gracias en buena medida a las autonomías regionales de sus cuerpos. El tener la presidencia no lo debe llevar a que su comité ejecutivo nacional se imponga nuevamente en la selección de sus candidatos.

Los nuevos tiempos deben ser aprovechados por el partido como tiempos de transformación profunda. El triunfo más apretado que consiguió le debe hacer entender que setenta años en el poder aún lo mantienen desgastado y que quizás es tiempo de ciudadanizarse totalmente, de cambiar de nombre, pero sobre todo de cristalizar un frente entorno a un proyecto de nación para este siglo. Las circunstancias para lograrlo son propicias en el contexto de la crisis del panismo tras el tamaño de su derrota y sus pugnas internas que le muestran contradictorio, y del propio perredismo que tanto se ha beneficiado del carisma de Andrés Manuel López Obrador pero quien en sus excesos y su incapacidad de dejar de ser protagónico entierra la posibilidad de crecimiento de una izquierda moderna.

En suma, el mayor reto del PRI es la construcción de este frente en tiempos políticos que parecen difíciles por necedades que hacen peligrar nuestras instituciones, que despiertan manifestaciones sociales progresistas sí y a las que hay derecho en principio, pero que pueden ser atrapadas en la intolerancia y la violencia.                   

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