El
análisis de las elecciones pasadas y de las reacciones que han suscitado por
parte de los involucrados, un análisis serio de frente a los ciudadanos quizás
confundidos por muchas de las declaraciones emitidas debe distinguir el estudio
de los procesos electorales en el marco de la normatividad que los rige, del
análisis de sus consecuencias políticas.
El
IFE ha cumplido correctamente su tarea y sin embargo no podemos desconocer que
a pesar de todos los esfuerzos, en lo que concierne a la elección presidencial,
una importante capa de la población sigue desconfiada de los resultados. ¿Por
qué? Porque el candidato de la coalición Movimiento Progresista, Andrés Manuel López
Obrador, ha decidido impugnar la elección sobre la base de la inequidad en la
contienda. Aquí cabe entender que este proceso todavía no termina. El pacto que
firmó AMLO, contrariamente a lo que muchos también sostienen, no le quita el
derecho de impugnar si considera que existen elementos que puedan hacer anular
los resultados que le son adversos.
Ahora
bien, su reacción crea un clima de incertidumbre porque se puede prever que el
desahogo de las pruebas concluirá en la declaración de Enrique Peña Nieto como
presidente electo por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación. Entonces, si López Obrador no se desiste, puede imponerse la
inconformidad y el descrédito de la elección lo cual mermaría la legitimidad
del próximo mandatario. Este escenario es muy peligroso para las cambios
políticos que hemos construido en las últimas décadas a través de muchos
esfuerzos, para el sistema político al que han dado lugar y para todos sus
actores incluida la propia izquierda mexicana la cual esta vez ha logrado avances sin
precedentes que no debe sacrificar y ahogar en una confrontación inmadura.
Por
lo pronto el que tal impugnación se vaya a presentar demuestra los alcances y
los límites de nuestra joven democracia. En efecto en el plano de los alcances se
han creado las instituciones que le dan cabida a la inconformidad de la
coalición Movimiento Progresista, a la vez que en el plano de los límites los
hechos apuntan en primer lugar a que no se han controlado suficientemente ni
los medios ni la inserción de la fuerza del dinero en política. Pero medir y
probar cuánto esta insuficiencia benefició a Peña Nieto se antoja imposible.
En
segundo lugar la coacción y la compra de votos, que si bien resultan bastante
creíbles también son difíciles de asegurar, dejan ver el clientelismo como otra
limitante más del avance democrático que hemos logrado. Sin embargo es inocente
pensar que sólo conciernen al manejo del PRI. Todos los partidos en México
manipulan hasta donde les es posible el voto y para ello gozan de la ayuda de
los gobiernos que controlan. Al respecto López Obrador no puede personificar la
moralidad hasta que no aclare de donde vinieron los recursos que tuvo durante
este sexenio (los cuales le permitieron recorrer constantemente el país y crear
su grupo de apoyo MORENA) y que muchos sospechamos le llegaron de la jefatura
del Distrito Federal, ni hasta que quede totalmente deslindado de infiltrar y
apoyar a un movimiento social como el de
#YoSoy132. No obstante no dejo de reconocer que, a pesar de ello, a dicho
movimiento le debemos haber dinamizado las campañas y seguramente alterado las
preferencias como para que el PRI no haya ganado como esperaba, lo que a mi
parecer ayudó a proteger a nuestra
democracia a través de la competencia y de los contrapesos al poder.
Quiero
mencionar igualmente como una limitante adicional de la democracia del país el
déficit en el control de los gastos de campaña, en el entendido que más de los
debidos siguen siendo informalmente financiados por el sector empresarial como
inversión para futuros beneficios en gobiernos de todos los colores.
Otra
cuestión es también que la impugnación de López Obrador se sostiene porque
resulta sospechosa la diferencia real de votación entre primer y segundo lugar en
la elección presidencial, en comparación a la prevista por tres cuartas partes
de los sondeos preelectorales que se dieron a conocer. Por eso, es importante
que este punto también se aclare porque no se puede negar que tales sondeos influyen
en los resultados electorales. En lo particular no creo en la posibilidad de un
plan orquestado para promover el voto priista. Más pudieron estos trabajos haber
disuadido a los simpatizantes del PRI de la necesidad de ir a votar. (Lo cierto
es sobre todo que las preferencias electorales fueron cambiando y que no
dejaron de hacerlo. Los electores que permanecían indecisos además parecen
haber sido más proclives a votar por AMLO, quien probablemente hubiera ganado
de ser más larga la campaña.)
En
fin la cuestión es que, guste o no, los priistas ganaron la presidencia fundamentalmente
porque hubo un voto de castigo al PAN no habiendo podido Josefina Vázquez Mota
deslindarse de Felipe Calderón del que no recibió todo el apoyo esperado, pero
también por la capacidad que tuvo el PRI de mantenerse vivo tras la alternancia
del 2000, por la unidad que demostró en torno a un candidato carismático que
difundió una imagen de eficiencia (la prueba es que este partido perdió en
elecciones estatales ahí donde se dividió, como fue en Tabasco y en Morelos),
porque Peña Nieto administró su ventaja inicial la cual no pudo vencer Andrés Manuel
si bien fue en ascenso continuo.
Con
todo ello, los resultados electorales de la jornada del primero de julio pasado
dejan un saldo más positivo que negativo. Pese a la crisis poselectoral que
atravesamos es posible todavía que pueda ser controlada por las instituciones y
la conciencia de la propia izquierda que tiene más que perder que hace seis
años y que posiblemente logre entender que es hora de un relevo generacional de
sus élites con una inclinación más moderna de la política. Los resultados son
alentadores porque una doble alternancia en la pluralidad, con una sociedad más
activa y vigilante, puede llevar a un gobierno federal que necesariamente tenga
que negociar y transparentar más el ejercicio de sus funciones.
No
es utópico pensar que se está ante la posibilidad de que se cambien las formas
de ejercicio del poder en México, un poder que ha quedado compartido. Este
cambio requiere de la buena voluntad del conjunto de los actores, no sólo de
los partidos de izquierda y del PRI en los términos mencionados sino también de
los panistas que enfrentan las dificultades internas esperadas tras la derrota
mayúscula que sufrieron, las cuales deben resolver a la mayor brevedad pues su
participación en el escenario político es enriquecedora para todos.
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