martes, 10 de julio de 2012

Los claroscuros de la jornada electoral


El análisis de las elecciones pasadas y de las reacciones que han suscitado por parte de los involucrados, un análisis serio de frente a los ciudadanos quizás confundidos por muchas de las declaraciones emitidas debe distinguir el estudio de los procesos electorales en el marco de la normatividad que los rige, del análisis de sus consecuencias políticas.

El IFE ha cumplido correctamente su tarea y sin embargo no podemos desconocer que a pesar de todos los esfuerzos, en lo que concierne a la elección presidencial, una importante capa de la población sigue desconfiada de los resultados. ¿Por qué? Porque el candidato de la coalición Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, ha decidido impugnar la elección sobre la base de la inequidad en la contienda. Aquí cabe entender que este proceso todavía no termina. El pacto que firmó AMLO, contrariamente a lo que muchos también sostienen, no le quita el derecho de impugnar si considera que existen elementos que puedan hacer anular los resultados que le son adversos.

Ahora bien, su reacción crea un clima de incertidumbre porque se puede prever que el desahogo de las pruebas concluirá en la declaración de Enrique Peña Nieto como presidente electo por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Entonces, si López Obrador no se desiste, puede imponerse la inconformidad y el descrédito de la elección lo cual mermaría la legitimidad del próximo mandatario. Este escenario es muy peligroso para las cambios políticos que hemos construido en las últimas décadas a través de muchos esfuerzos, para el sistema político al que han dado lugar y para todos sus actores incluida la propia izquierda mexicana la cual esta vez ha logrado avances sin precedentes que no debe sacrificar y ahogar en una confrontación inmadura. 

Por lo pronto el que tal impugnación se vaya a presentar demuestra los alcances y los límites de nuestra joven democracia. En efecto en el plano de los alcances se han creado las instituciones que le dan cabida a la inconformidad de la coalición Movimiento Progresista, a la vez que en el plano de los límites los hechos apuntan en primer lugar a que no se han controlado suficientemente ni los medios ni la inserción de la fuerza del dinero en política. Pero medir y probar cuánto esta insuficiencia benefició a Peña Nieto se antoja imposible.

En segundo lugar la coacción y la compra de votos, que si bien resultan bastante creíbles también son difíciles de asegurar, dejan ver el clientelismo como otra limitante más del avance democrático que hemos logrado. Sin embargo es inocente pensar que sólo conciernen al manejo del PRI. Todos los partidos en México manipulan hasta donde les es posible el voto y para ello gozan de la ayuda de los gobiernos que controlan. Al respecto López Obrador no puede personificar la moralidad hasta que no aclare de donde vinieron los recursos que tuvo durante este sexenio (los cuales le permitieron recorrer constantemente el país y crear su grupo de apoyo MORENA) y que muchos sospechamos le llegaron de la jefatura del Distrito Federal, ni hasta que quede totalmente deslindado de infiltrar y apoyar a un  movimiento social como el de #YoSoy132. No obstante no dejo de reconocer que, a pesar de ello, a dicho movimiento le debemos haber dinamizado las campañas y seguramente alterado las preferencias como para que el PRI no haya ganado como esperaba, lo que a mi parecer ayudó a proteger a  nuestra democracia a través de la competencia y de los contrapesos al poder.

Quiero mencionar igualmente como una limitante adicional de la democracia del país el déficit en el control de los gastos de campaña, en el entendido que más de los debidos siguen siendo informalmente financiados por el sector empresarial como inversión para futuros beneficios en gobiernos de todos los colores.

Otra cuestión es también que la impugnación de López Obrador se sostiene porque resulta sospechosa la diferencia real de votación entre primer y segundo lugar en la elección presidencial, en comparación a la prevista por tres cuartas partes de los sondeos preelectorales que se dieron a conocer. Por eso, es importante que este punto también se aclare porque no se puede negar que tales sondeos influyen en los resultados electorales. En lo particular no creo en la posibilidad de un plan orquestado para promover el voto priista. Más pudieron estos trabajos haber disuadido a los simpatizantes del PRI de la necesidad de ir a votar. (Lo cierto es sobre todo que las preferencias electorales fueron cambiando y que no dejaron de hacerlo. Los electores que permanecían indecisos además parecen haber sido más proclives a votar por AMLO, quien probablemente hubiera ganado de ser más larga la campaña.)

En fin la cuestión es que, guste o no, los priistas  ganaron la presidencia fundamentalmente porque hubo un voto de castigo al PAN no habiendo podido Josefina Vázquez Mota deslindarse de Felipe Calderón del que no recibió todo el apoyo esperado, pero también por la capacidad que tuvo el PRI de mantenerse vivo tras la alternancia del 2000, por la unidad que demostró en torno a un candidato carismático que difundió una imagen de eficiencia (la prueba es que este partido perdió en elecciones estatales ahí donde se dividió, como fue en Tabasco y en Morelos), porque Peña Nieto administró su ventaja inicial la cual no pudo vencer Andrés Manuel si bien fue en ascenso continuo.       

Con todo ello, los resultados electorales de la jornada del primero de julio pasado dejan un saldo más positivo que negativo. Pese a la crisis poselectoral que atravesamos es posible todavía que pueda ser controlada por las instituciones y la conciencia de la propia izquierda que tiene más que perder que hace seis años y que posiblemente logre entender que es hora de un relevo generacional de sus élites con una inclinación más moderna de la política. Los resultados son alentadores porque una doble alternancia en la pluralidad, con una sociedad más activa y vigilante, puede llevar a un gobierno federal que necesariamente tenga que negociar y transparentar más el ejercicio de sus funciones.

No es utópico pensar que se está ante la posibilidad de que se cambien las formas de ejercicio del poder en México, un poder que ha quedado compartido. Este cambio requiere de la buena voluntad del conjunto de los actores, no sólo de los partidos de izquierda y del PRI en los términos mencionados sino también de los panistas que enfrentan las dificultades internas esperadas tras la derrota mayúscula que sufrieron, las cuales deben resolver a la mayor brevedad pues su participación en el escenario político es enriquecedora para todos.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario