En
medio de un debate público que ha abierto distintos, y a mi parecer demasiados frentes,
como son las discusiones en torno a la respuesta gubernamental a movimientos
sociales (tal es el caso del que protagoniza la CNTE) o a las emergencias
climatológicas recientes, o bien en torno a las propuestas de reformas
energética y hacendaria, destacan las controversias que genera la reforma
política que supuestamente se discute en el seno del Pacto por México (pero ha rebasado
este espacio), donde se han expuesto demandas como es la creación de un
Instituto Nacional Electoral y regresado a la luz discusiones que abortaron en la
reforma de 2011 como son la reelección de legisladores o la instauración de la
segunda vuelta electoral. Sobre este último tema, haremos nuestro comentario la
mañana de hoy.
La
segunda vuelta es una demanda del PAN desde 2009. Actualmente aquellos
senadores encabezados por Ernesto Cordero de este partido son los que han
presionado para que de nueva cuenta entre en la mesa de negociaciones. De hecho
ha obtenido un apoyo irregular por parte del PRD, mientras el PRI se sigue
oponiendo a ella. Igualmente cabe reconocer que es bien vista por la mayoría de
los especialistas y en particular por el Presidente del IFE, Leonardo Valdés,
quien ha declarado que podría ayudar a evitar conflictos poselectorales
derivados de elecciones cada vez más cerradas. En la misma línea, de cincuenta
países donde el Jefe de Estado es electo por sufragio universal como el
nuestro, cuarenta contemplan el mecanismo contra diez que no lo hacen.
La
pregunta ineludible es si en México debemos inclinarnos inevitablemente por las
fórmulas más populares y más frecuentes de ingeniería institucional, y yo
responde con un rotundo no. No debemos tomar una decisión precipitada sobre
este punto, es decir instaurar la segunda vuelta con falsas razones y por intereses políticos
que pueden no medir sus consecuencias, llevar a un debilitamiento de nuestro
sistema de partidos de por sí endeble y a complicados enfrentamientos. Aceptar
la segunda vuelta sin una discusión de fondo, no puede ser parte del precio a
pagar por la actual administración por ninguna otra reforma por urgente que parezca.
Veamos
en detalle. Quienes justifican la segunda vuelta lo hacen por dos razones:
legitimidad y gobernabilidad. En lo que se refiere al primer punto, sostengo
que no es seguro que la receta le genere más legitimidad a la figura del
Presidente de la República en la medida en la que los arreglos cupulares entre
los partidos políticos para producir las coaliciones, que para tal efecto se
conformen, pueden en los hechos distorsionar la primera voluntad de los
electores. ¿Cómo definir el porcentaje mínimo de votos que debe tener un
candidato para ser legítimo, qué diferencia de puntos debe mantener con el
segundo lugar? Es indudable que depende del número de partidos, elemento que
hasta ahora no se está tomando en cuenta, como tampoco se está tomando en
cuenta el nivel de dispersión y de polarización de nuestro sistema de partidos.
La
legitimidad de origen de un mandatario, que por cierto puede revertirse en el
ejercicio de gobierno, depende de varios factores adicionales a un resultado
electoral que refleje suficiente margen de ganancia. En efecto depende también de
la transparencia misma de los procesos. Sobre este punto en el país tenemos
instituciones que a lo largo de los últimos años organizan bien los procesos
electorales y cuentan bien los votos, mas éstos no logran obtener plena
credibilidad siendo el déficit de las elecciones estatales mayor que el de las
elecciones federales. Sin embargo las elecciones presidenciales tanto de 2006 y
2012 siendo federales produjeron impugnaciones por su importancia. Así, no se
logrará una credibilidad total en los procesos electorales mientras se siga
sospechando de un involucramiento de las autoridades en ellos, mientras no haya
control pleno de los recursos y de su uso en las campañas, ni mientras los
perdedores no se acepten como tales y obtengan ventajas políticas al señalar
que las elecciones fueron fraudulentas aún si no pueden probar que lo hayan sido.
¿Quien
puede garantizar que los resultados de una segunda vuelta electoral no sean
también cerrados? ¿Quien puede garantizar que la segunda vuelta evite
impugnaciones?
La
segunda vuelta me parece oportuna para sistemas de partidos más fragmentados y
dispersos que el nuestro. El nuestro es un sistema de partidos que está
teniendo a crecer, dado el peso en aumento de los llamados partidos chicos
y dado también la perspectiva de que entren
en escena en un futuro próximo nuevos partidos, pero que sigue siendo de tres
partidos grandes PRI, PAN y PRD que son los que cuentan a nivel del diseño de
las políticas públicas nacionales de forma tal que se han cartelizado. Dada la
intensa competitividad entre ellos, estos partidos tienden a hacer a nivel subnacional
coaliciones pragmáticas y frágiles con los partidos chicos e incluso entre
ellos. En este contexto PAN y PRD, sobre todo, sufren una gran tensión la cual
sumada a su origen produce partidos poco unificados. En consecuencia podrían
verse afectados por las decisiones que tomen sus líderes respecto a su
inclusión en determinadas coaliciones en vistas a segundas vueltas presidenciales;
asimismo podrían perder aún más representatividad. De todo ello podría resultar
mayor debilitamiento del sistema de partidos.
De
hecho, en el entendido que las ingenierías institucionales deben siempre
reconsiderarse me abro a la discusión de la segunda vuelta, pero mi posición es
poner en duda en estos momentos las bondades de tal fórmula en México, a la luz
de una mayor reflexión sobre el punto que señale también a sus inconvenientes.
Cuestiono el que nuestra democracia y nuestro sistema de partidos estén
suficientemente maduros para la misma y no como algunos dicen porque sea mejor
transitar hacia gobiernos de coalición y ambos mecanismos sean excluyentes. De
hecho no lo son como también es cuestionable que tanto gobiernos de coaliciones
como segundas vueltas sean los únicos
mecanismos que puedan producir más gobernabilidad en el país.
De
ello podemos hablar en otra ocasión.
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