Los
estudios de política comparada demuestran que no existe procedimiento o
institución electoral que no tenga efectos políticos, ya sea en las formas de
representación o en el sistema de partidos, y por tanto no existe un
procedimiento electoral políticamente neutral, sino que todos ellos contienen
una concepción sobre el régimen electoral que un país desea construir, el cual
a su vez es impulsado por los actores con capacidad política para hacerlo.
Existen
diferentes formas de organizar y gobernar una democracia, y la opción por un sistema electoral u otro
depende de intereses y condiciones sociales, más que de la simple implantación
de un modelo probado como correcto y universalmente aceptado.
De aquí dos
observaciones muy importantes: uno, las instituciones y procedimientos
electorales tienen historicidad e intencionalidad política; dos, la
normatividad electoral tiene efecto en los resultados de los comicios.
Sin
embargo, en México, el debate que orientó las diferentes reformas electorales
que se fueron aprobando en el país desde 1977 supuso, en la mayoría de aquellos
que intervinieron en ellas, que existían referentes firmes de carácter general,
teóricos y justos sobre el tipo de instituciones que debían ser construidas,
cuando en realidad se trataba de una cuestión de ingeniería, de creación de
instituciones democráticas que para ser estables y aceptadas debían reflejar lo
mejor posible los intereses y la correlación de fuerzas entre los partidos
políticos.
Esto
explica el hecho de que cada reforma electoral fuera vista y defendida en su
tiempo como el arreglo óptimo; sin embargo, una vez modificadas las condiciones
políticas anteriores, se volvía inevitable revisarla, lo que dio por resultado
un proceso continuo de reformas que inició en 1977, siguió en 1986, 1989, 1993,
1994, 1996, 2003, llegó a 2007, luego a
2012 y finalmente a 2014. De hecho esta reformitis electoral es una de las
características actuales de nuestro sistema político.
En efecto
no podía ser de otra forma; siendo en principio tan inestables las fuerzas
partidistas en México en términos de votos, y por lo tanto tan inestable la
correlación de fuerzas (ello se podría matizar pero en principio así es), es
claro que aún la reforma electoral de 1996, calificada de manera pretenciosa en
su época como definitiva, tendría tal carácter mientras persistiera la misma
correlación que le dio origen.
Así la
experiencia del 2006 demostró la urgencia por revisar nuevamente las
instituciones electorales, ya que muchos temas que se sabían importantes desde
tiempo atrás y no habían podido ser abordados se volvieron los principales
problemas de la democracia mexicana. En particular las
instituciones no estaban preparadas para una contienda tan polarizada, ni para
resultados tan cerrados. El IFE no estaba armado para ello y demostró
inexperiencia. El problema principal fue la campaña sucia por ambas partes, PAN
y PRD, además de la injerencia del Presidente Fox en ella, lo que reflejó un
problema de inequidad al que se sumó la intervención de las agrupaciones
empresariales que compraron tiempo en los medios para afectar a López Obrador. En
este contexto, apaciguar al país requirió la aprobación de la reforma del 2007,
la cual tuvo tres ejes:
1.
La eficacia del funcionamiento interno del IFE.
2.
El fortalecimiento del IFE y de los partidos frente
a los poderes informales (particularmente los medios de comunicación).
3.
La gobernabilidad del proceso electoral fundada en
partidos políticos fuertes.
La
reforma de 2012, largamente discutida enfrentó a su vez nuevos problemas
relativos a poder
evitar
parálisis en el gobierno (en ello había una peligrosa laguna), a la necesidad de
fortalecer la soberanía ciudadana dado el desencanto social con los
partidos políticos (así se aprobaron la consulta popular, los proyectos
de ley ciudadanos, y las candidaturas independientes, si bien no pasaron
todavía entonces ni la relección inmediata de legisladores federales, ni la de
presidentes municipales) y de mejorar la gobernabilidad democrática (pasaron de
este modo las iniciativas preferentes del ejecutivo y la ratificación por el
legislativo de
las designaciones de los comisionados que el presidente nombrara entonces en la
Comisión Federal de Competencia, en la Comisión Federal de Telecomunicaciones y
en la Comisión Reguladora de Energía; mas se atoró la reconducción presupuestal
y además se eliminó la sanción relativa a que si los legisladores no atendieran
y votaran una iniciativa que el ejecutivo mandara con carácter prioritario, se
convirtiera en ley).
El regreso del PRI al poder federal produjo, poco tiempo después, nuevos
desencantos que desembocaron en la nacionalización de las elecciones, dada el
decir de la nueva oposición que los gobernadores (la mayoría de ellos de origen
priista) manipulaban los procesos electorales a través del control de los
institutos electorales estatales. Así surgieron las OPLES y el INE con la capacidad regulada de atraer
elecciones y de llevar a cabo la fiscalización en tiempo real de las campañas
con estrictas reglas de prorrateo de los gastos. La nueva reglamentación hizo
posible el surgimiento de nuevos partidos, especificó la logística necesaria
para las consultas populares y las candidaturas independientes, y esta vez sí hizo posible la relección que había
abortado en 2012. Además estableció una nueva manera de asignar los votos por
coaliciones electorales.
Después de haber sustentado el que todas las reformas han sido producto
de sus contextos políticos y a su vez producen consecuencias, podré en futuras
emociones estudiar los efectos de la reglamentación actualmente vigente para
las próximas elecciones, lo cual voy a hacer a través de las siguientes
preguntas:
1. ¿Quiénes votan?
2. ¿Quienes pueden ser votados?
3. ¿Cómo se cuentan los votos?
4. ¿Qué se vota?