La
semana pasada, queridos radioescuchas, inicié una serie de comentarios sobre
las elecciones pasadas. Ordené mis ideas diferenciando dos aspectos a partir de
los cuales se pueden explicar las cifras que arrojan estos comicios y sus
consecuencias: los elementos coyunturales que afectaron el voto, y lo que
deviene de la evolución de nuestro sistema político. Ya abordé el primer punto
y hoy me dispongo a tocar el segundo.
Por
lo que se refiere al sistema político presente en estas elecciones y construido
en nuestro país durante los últimos veintitantos años, casi treinta, sobre todo a partir de una serie de reformas
electorales que hicieron despegar la pluralidad política, se había consolidado
un sistema de tres partidos a nivel nacional que en elecciones presidenciales
dejaba al final de las contiendas a dos jugadores, y de dos partidos, dos y
medio, raramente tres a nivel estatal, a saber el PRI (salvo en el Distrito
Federal) contra el PAN o el PRD (en las demás entidades). Para esto, la
concentración del voto en las elecciones a este nivel de los dos partidos
punteros parecía acentuarse. Además, los gobiernos panistas se habían parecido
más a los dos o tres últimos gobiernos priistas que estos a los anteriores, y
los movimientos del voto indicaban estarse estabilizando. Mientras algunos
insistían en considerar esta etapa una transición más bien fallida, lo cierto
es que reflejaba constantes dignas de estudio, constantes que con el regreso
del PRI al poder federal se fueron perdiendo. Dos elementos fundamentales de
estos cambios que constatamos en el 2012, y fueron todavía más evidentes en el
2013, fueron el debilitamiento de hegemonías como la panista en Guanajuato
(donde hoy el PAN se recuperó), y el peso creciente de los partidos
minoritarios cuya importancia hasta entonces había sido su rol en elecciones
cerradas. Desde entonces podía uno pensar que se avecinaba una fragmentación
partidista, lo que se hizo evidente con la escisión de AMLO del PRD la cual
afectaría sin duda al PRD al menos en el DF (como resultó). Pero eran todos los
partidos minoritarios los que ya podían jugar por su cuenta (así lo fue con
mayor evidencia ahora). El Verde se había impuesto en Chiapas, y Alfaro ya desde
entonces en 2012 en Jalisco con Movimiento Ciudadano estuvo a cinco puntos de
llegar a la gubernatura.
Otro
elemento de corte estructural, que influyó en las elecciones pasadas, me
quedaba por lo menos a mí claro también desde el 2012, y tiene que ver con la
concurrencia de las elecciones cada vez más frecuente en México. Lo hizo no en
el sentido que muchos pensaban de que las elecciones más importantes, con más
difusión y presupuesto comprometido en las campañas, arrastran el voto de las
menos importantes donde se juegan puestos de menor alcance político, sino todo
lo contrario a saber que los resultados muestran más bien que la definición del
voto parte de intereses más inmediatos del ciudadano quien conoce mejor a los
candidatos que se presentan a dicho nivel, y que al decidir su voto por algunos
de ellos en otro tipo de elecciones vota en general automáticamente y con
uniformidad por el partido que lo postula. Es un efecto que ha resultado
perverso para algunos partidos que promovieron la concurrencia electoral. Es un
efecto que está detrás de la mayor participación electoral en las entidades que
han tenido elecciones estatales. Estas elecciones importan e importan mucho.
Es
así como un elemento adicional, importantísimo para entender estos comicios, propio
de nuestro sistema político y el cual circunscribe al anterior, es que se debe
entender que la política en México transcurre a varios niveles, nacional,
estatal y local, niveles que se entrecruzan y no evolucionan en los mismos
tiempos y en los mismos sentidos. Es así como votar PRI en Sonora, pese al
desprestigio de Peña Nieto, es votar por la oposición, o en Guerrero donde pese
a los esfuerzos por culpar al gobierno federal de lo sucedido en el marco del
crecimiento del crimen organizado en la región no prosperó, y la
responsabilidad cayó en el perredismo local.
Finalmente,
me quiero referir a otros dos aspectos del mismo orden que marcaron igualmente
las elecciones pasadas. Primero el descrédito que la política ha venido
sufriendo frente a la ciudadanía. No se cree mayormente en los políticos de
todos los colores, los escándalos de corrupción los han afectado todos. No se
cree en las políticas que emprenden, porque sus resultados han sido pobres. No
se cree en los procesos, antes porque se dudaba que los votos contaran y se
contaran bien, ahora porque se gasta -y es cierto- de más y todos parecen
disfrazar sus gastos, siendo la capacidad de fiscalización de los partidos muy
deficiente. Esto parece ser que seguirá siendo así, mientras los partidos
perdedores sean los primeros en sembrar la desconfianza cuando les conviene, como
va a suceder ahora en muchos lugares. Impugnaciones las hay a pasto. Al
respecto, vislumbro que se van a destacar en Colima y el Estado de México. A
saber.
Por
otra parte, cabe señalar que puede llegar a tener importantes consecuencias en
los resultados electorales (y así fue el caso) la capacidad que tienen los
partidos de resolver bien su selección de candidatos sin contratiempos y
fracturas, sin escisiones comprometedoras. Con la competitividad creciente los
partidos han estado al acecho de estas fugas, para abanderar candidaturas
ganadoras porque los líderes se llevan con ellos sus votos. Además con la nueva
normatividad la experiencia muestra que con éxito pueden convertirse en
candidatos independientes, como el Bronco o el futuro presidente municipal de
Morelia, un expanista, o como el hijo de Clouthier quien ganó como diputado
federal.
En
mi próximo comentario afrontaré el reto de explicar las elecciones pasadas, a
partir de los elementos que hemos señalado. Pero no quiero dejarlos estimados radioescuchas,
sin señalar aquí quizás la pregunta más seria es el cómo le fue bien a Peña con
la baja popularidad que mantiene, y primero deslindar qué tan bien le fue y el
peso que tendrá que cargar por los resultados.
Que
ganó Peña Nieto comodidad para su trato con el Congreso, ciertamente lo hizo y
no es victoria menor. Pero cómo decir que le fue bien, bien, si perdió dos
estados industrializados como Querétaro y Nuevo León, si perdió dos
precandidatos a la presidencia en las figuras de sus actuales gobernadores, si
en Nuevo León parece que lo engañaron y la candidata priista no era la mejor
apuesta, si es Manlio Favio Beltrones no precisamente su amigo quien ganó
Sonora, si casi pierde Colima, a saber qué pase, si no la hizo en Baja, si
ganar Guerrero fue sacarse la rifa del Tigre, y él parecía previo a lo de
Iguala encantado con que el PRD postulara al Jaguar y ganara. No menciono
Michoacán porque ahí Peña tenía dos candidatos: Chon Origuela y Silvano
Aureoles. Como decir que puede estar muy contento si pierde el PRI toda la zona
metropolitana de Guadalajara y baja en el Estado de México, como decirlo si
pierde importantes ciudades. Pero sí en cambio le va bien en Veracruz y Puebla
lo cual es muy bueno por el número de electores que implican, y hasta en Oaxaca
con una lista nominal menos relevante.
Por
eso Peña Nieto no la tiene fácil, si es que quiere terminar bien su sexenio. Ni
siquiera en su relación con el PRI. No hay tiempo para festejar. Debe
aprovechar estos resultados para salir de la parálisis que se había apoderado
de su equipo.
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