Dos
grupos de noticias, venidas del exterior en la última semana, me hacen
reflexionar sobre la distancia entre los países con democracias más
consolidadas y México.
La
primera hizo poco revuelo, pero es importante. Concierne a la sentencia que
recibió el exgobernador republicano de Virginia en Estados Unidos -Bob McDonnell-
de dos años de prisión, que deberá empezar a cumplir a partir del 9 de febrero
próximo por once cargos de corrupción de los que se encontró culpable, siendo
que su mujer también se le ha culpado de ocho cargos y deberá ser sentenciada
el 20 de febrero. Los abogados del exgobernador, quien aceptó y lamentó
profundamente los hechos que llevaron a su condena, consistentes en haber
aceptado regalos y favores por US $177,000 de parte de un empresario de
Richmond de apellido Williams a cambio de tratos preferenciales, habían
intentado demostrar que la corrupción implicó un menor monto y fallaron en que
fuera condenado a 6000 horas de servicio comunitario. Este asunto conlleva un
mensaje clarísimo que advierte a los políticos de aquel país que la justicia no
es selectiva, mensaje que lejos están de recibir nuestros políticos muchos de
los cuales han podido enriquecerse fuera de la ley con singular alegría por
medio de sus cargos.
El
otro asunto bien conocido es el lamentable atentado en París por parte de
fundamentalistas musulmanes contra el semanal Charlie, en el que los venían satirizando con inteligencia mordaz
por lo que ya había recibido amenazas. En el evento murieron varios
caricaturistas, responsables y allegados a la publicación, además de un policía.
No se hizo esperar la reprobación de los hechos, que el domingo dio lugar a las
más grandes manifestaciones que hayan tenido lugar en Francia: un millón y
medio de personas en la capital, en total cuatro millones salieron a la calle
en defensa de la libertad de expresión acompañadas de mandatarios de varias
naciones y políticos de diversos partidos. Sin duda el terrorismo compite en
nivel de violencia con el narcotráfico en el país, pero la respuesta de las
autoridades, la defensa cabal de los miembros del gremio de los medios de
comunicación y la celeridad de las pesquisas contrastan con la impunidad con la
que en México han desaparecido y sido asesinados varios reporteros.
Nuestro
país tiene un largo camino por andar para atacar estructuralmente nuestros
principales problemas, que son la pobreza y la inseguridad que en gran medida
es resultado de la pobreza. El crimen organizado pudo crecer porque se topó con
un ejército de gente sin alternativas que pudo emplear, y el negocio floreció
por la debilidad de las instituciones y la capacidad de corromper a quien fuera
necesario, para que el tráfico de la droga fuera viable y su combate fracasara
en tanto los delitos podían no tener consecuencias. Por eso, al explotar con el
asunto de Iguala el nivel de penetración de carteles en México, es válido en
varios sentidos reconocer la culpabilidad estatal al haber postergado como
metas el combate a la corrupción y el mejoramiento de la procuración de
justicia.
Lo
cierto es que Enrique Peña Nieto aún antes de tomar posesión como Presidente,
luego de haber sido electo, consideró al
combate a la corrupción como una de sus tres iniciativas principales y al
inició de su gobierno planteó la restructuración de la Secretaría de la Función
Pública. Sin embargo, frente a la importancia de la aprobación de las reformas
estructurales, se dejó caer tal discusión que enfrentaba al gobierno con una
posición más moderada, a una oposición a favor de organismos más vigilantes e
independientes que persiguieran delitos que se castigaran. Así las cosas, se
aprobó sí la creación de la Fiscalía
Especializada en Combate a la Corrupción mas no hubo acuerdo ni para sacar
adelante su ley reglamentaria, ni respecto al nombramiento de su responsable,
porque no se logró el consenso necesario entre ambas posturas, acelerándose la
politización de las discusiones en el marco uno de un conflicto político
creciente por el desbordamiento de la inconformidad ciudadana frente a la
inseguridad y la ineficiencia gubernamental para detenerla, y dos del ambiente
prelectoral.
A
finales del año pasado, sobre todo el PAN que había presentado una iniciativa
para poner en marcha un Sistema Nacional Anticorrupción, acusó al PRI de
reventar la negociación por oponerse a un combate frontal a este cáncer, en
tanto su diseño de los órganos para atacarlo era tan tibio que se podía prever
que resultarían simuladores.
Así
las cosas, ayer mismo Manlio Fabio Beltrones -líder tricolor en la Cámara de
Diputados- declaró que precisamente en el próximo período de sesiones la
aprobación del Sistema Nacional de Integridad Pública será prioridad para la
agenda parlamentaria, como lo será el Sistema Nacional de Transparencia que
también se ha atorado. La diferencia de su postura, con la propuesta panista,
no es sólo de nombre aunque ello ya indica miradas diferentes. Recuerden: el
PAN había propuesto un Sistema Nacional Anticorrupción y el PRI propone uno de
Integridad Pública. El PAN reconoce en el nombre del sistema una realidad, la
existencia de la corrupción; el PRI maneja en el mismo un anhelo, la
integridad. Pero hay más, el PRI pretende que su propuesta es integral porque
interrelaciona dos sistemas. El PAN por el contrario considera la suya de gran
envergadura, pues plantea la constitución de un Comité Ciudadano para la Ética Pública
a la par del Consejo Nacional, que a diferencia del pensado por el PRI -al
menos hasta diciembre- no es presidido por el Presidente y los
gobernadores, sino que en él son representados
varios órganos, algunos de control interno y otros externos: una Secretaría de
la Función Pública con más atribuciones y un titular ratificado por el Senado,
además de un órgano de control de todos los organismos constitucionales
autónomos; los órganos externos, absolutamente independientes del Ejecutivo,
serían la Auditoría Superior de la Federación y la Fiscalía. El PRI no
pareciera pensar diferente estos órganos externos, pero su Auditoría tiene por
una parte menos peso y por otra parte funciones de sanción, como las puede
tener su Tribunal Fiscal y Administrativo, que en la propuesta panista es un
verdadero Tribunal Federal de Cuentas, mas además estarían las atribuciones de
los jueces en materia penal a los que se les remitirían los casos pertinentes.
Vemos que las diferencias no son menores. Lo que está en juego es el grado de
salto que demos en esta materia, con la nueva legislación.
En
este sentido no cabe sostener una postura escéptica sobre lo que se logre, so
pretexto que en México la ley nunca se respeta, y que la participación social
es intrascendente porque no es vinculante. La corrupción y la impunidad que
padecemos no son herencias culturales que no puedan vencer leyes adecuadas,
instituciones que funcionen y las respeten, y ciudadanos que confíen en ellas y
actúen en correspondencia.
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