El ejercicio del poder tiende a ser
complejo y sus resultados inciertos. Asimismo resulta cruel, porque la
aceptación del político no depende exactamente de su quehacer, ni de la
eficacia ni de la eficiencia de las políticas públicas. Por ello, aún el mejor
desempeño puede venirse abajo en una crisis inesperada. Bajo esta perspectiva, voy a hacer un balance del gobierno de Enrique Peña Nieto, quien cuando rendía su
segundo informe estaba lejos de pensar cómo terminaría el año, y de predecir la
baja de diez puntos que sufriría su popularidad, la cual no se mantenía alta
pero no había llegado a afectar el porcentaje de ciudadanos que se declaran
dispuestos a votar por el PRI. Por el contrario, ahora, la crisis de su
administración ha arrastrado las simpatías por su partido. ¿Pero qué podemos
analizar que vaya más allá de esta descalificación, patente en encuestas y
sondeos?
Primero, podemos preguntarnos si el Primer
Mandatario se posicionó de forma pertinente al diseñar su programa de acción
hace dos años, es decir debemos juzgar su agenda, en el sentido de si consideró
atinadamente sus circunstancias, sus oportunidades pero también las
restricciones que el contexto en que ejercería el poder marcaba. Es decir, si
dimensionó bien sus retos. En este sentido podemos saber si fue o no demasiado
ambicioso, o si se expuso a riesgos, y también deducir si su agenda era
alcanzable. En este plano a mi parecer no consideró de forma adecuada la crisis
del Estado en México, la cual iba más allá de la incapacidad de generar
acuerdos desde un régimen presidencialista con un Congreso plural y sin
incentivos para cooperar con el ejecutivo. Puso así la capacidad política de su
equipo al servicio de lograr casi en paquete (sin gradualismo alguno) las
reformas estructurales que él consideró convenientes para el país. Lo hizo bajo
un esquema que por una parte subestimó los costos que implicaron los acuerdos, y
afectó intereses de peso que luego se le revertirían, y por otro parte
menospreció la pobre aplicación de la ley en México y el control creciente de
nuestro territorio por el crimen organizado.
El Presidente no quiso desperdiciar lo que
consideró era la gran oportunidad del regreso del PRI a los Pinos, luego de dos
sexenios de un panismo que señaló como inexperto. Pecó de ambición y diseñó un
programa que parecía inalcanzable, pero que alcanzó sin que claro parezca vaya
a poder sacarle el jugo que quería, porque su torre de naipes se derrumbó con
una economía que no creció como se esperaba, en parte como producto sí de un
entorno internacional poco propicio pero también de errores durante 2013 como
fue su política de vivienda, el subejercicio presupuestal y la reforma fiscal,
y cuando este año empezaba a hacerlo se topó con la caída del precio del
petróleo y ahora con la caída de la bolsa de valores, como vimos ayer. Pero la
crisis como todos saben no ha sido sólo económica: tampoco pudo contener el que
escalara el conflicto que se generó en Iguala hace dos meses y medio, el cual
se ha convertido en un reclamo social que alimenta además el señalamiento de
favoritismos hacia determinados grupos empresariales del que parece derivar un
enriquecimiento familiar suyo, y también al parecer de su gente, situación que
no acaba de quedar explicada.
Veamos a continuación cual fue su juego
político. En primer lugar no fue suficientemente inclusivo. ¿A qué me refiero?
Al hecho que Peña Nieto consideró que con quienes tenía que negociar era con
los principales partidos de oposición, a saber el PAN y el PRD, cuyas bancadas
legislativas necesitaba para aprobar sus reformas. Lo hizo así con sus
dirigencias, dejando atrás en primer lugar a los grupos calderonistas que le
habían facilitado su transición, y a la izquierda radical que mantuvo relativamente
callada al darle paso a la creación de Morena, pero en segundo lugar a los
líderes estatales y locales panistas y perredistas, igual que al priismo
regional que también se vio afectado por su política centralizadora (por la
cual en plena crisis pretende ahora arremeter contra el municipio).
En suma, su juego político no fue
suficientemente inclusivo y su estrategia equivocada, porque creyó que obtener
apoyo significaba haber aumentado su fuerza y contar con más recursos. Por eso,
corre el peligro de quedarse solo e incluso de ser abandonado por ciertas capas
de priistas descontentos porque la forma en la que amalgamó a todo el priismo a
su alrededor para llegar al poder puede caersele, si no es que ya se le ha
caído.
Otro punto, además, es que su juego político
no fue transparente pues decidió negociar a través del famoso Pacto por México, o si no de cualquier
manera fuera del Congreso, con lo que no sólo lastimó la división de poderes,
sino se expuso al descontento de una sociedad que pareció olvidar sin
considerar que su acceso al poder fue polémico para una parte importante de la
población, que aún veía con desconfianza al PRI. Esta parte de la población se
mantuvo alerta, a través de medios que hoy hacen más fácil el acceso a la
información y pueden fermentar un conflicto si se dan las condiciones. Y las
condiciones se dieron porque se han sumado intereses y han coincidido con la
voz de los descontentos, porque se han despertado, o porque ya no pueden
esperar resultados que no llegan, o porque les indigna la incapacidad del
gobierno de asumir que las condiciones han cambiado, que tiene que rectificar,
que no puede limitarse a ajustar estrategias, sino debe cambiar de metas,
porque es inaudita la lentitud y sentido de sus respuestas y su incapacidad de
mover la agenda.
En esta situación de crisis,
desgraciadamente está siendo poco útil para Enrique Peña Nieto su estilo
decisorio, que si bien ha expresado carácter, firmeza y ecuanimidad, no ha
demostrado hasta ahora -quizás por lo mismo- la capacidad de autocrítica, ni la
modestia necesarias para al menos
remplazar a los miembros de su equipo que no han funcionado, y así conducir
nuevos tiempos. Pareciera que no está decidido a hacerlo y sólo se ha limitado
buscar otros culpables, y a lanzar tardíamente medidas precipitadas frente a
los hechos. Sin embargo, debiera saber que las agendas no pueden ser estáticas,
que su tablero es otro y que requiere de nuevos instrumentos. Si quiere
recobrar liderazgo, necesita buen juicio, y no caer en la necedad y la
arrogancia.