martes, 16 de diciembre de 2014

Evaluando una gestión. A dos años de gobierno de EPN

El ejercicio del poder tiende a ser complejo y sus resultados inciertos. Asimismo resulta cruel, porque la aceptación del político no depende exactamente de su quehacer, ni de la eficacia ni de la eficiencia de las políticas públicas. Por ello, aún el mejor desempeño puede venirse abajo en una crisis inesperada. Bajo esta perspectiva, voy a hacer un balance del gobierno de  Enrique Peña Nieto, quien cuando rendía su segundo informe estaba lejos de pensar cómo terminaría el año, y de predecir la baja de diez puntos que sufriría su popularidad, la cual no se mantenía alta pero no había llegado a afectar el porcentaje de ciudadanos que se declaran dispuestos a votar por el PRI. Por el contrario, ahora, la crisis de su administración ha arrastrado las simpatías por su partido. ¿Pero qué podemos analizar que vaya más allá de esta descalificación, patente en encuestas y sondeos?

Primero, podemos preguntarnos si el Primer Mandatario se posicionó de forma pertinente al diseñar su programa de acción hace dos años, es decir debemos juzgar su agenda, en el sentido de si consideró atinadamente sus circunstancias, sus oportunidades pero también las restricciones que el contexto en que ejercería el poder marcaba. Es decir, si dimensionó bien sus retos. En este sentido podemos saber si fue o no demasiado ambicioso, o si se expuso a riesgos, y también deducir si su agenda era alcanzable. En este plano a mi parecer no consideró de forma adecuada la crisis del Estado en México, la cual iba más allá de la incapacidad de generar acuerdos desde un régimen presidencialista con un Congreso plural y sin incentivos para cooperar con el ejecutivo. Puso así la capacidad política de su equipo al servicio de lograr casi en paquete (sin gradualismo alguno) las reformas estructurales que él consideró convenientes para el país. Lo hizo bajo un esquema que por una parte subestimó los costos que implicaron los acuerdos, y afectó intereses de peso que luego se le revertirían, y por otro parte menospreció la pobre aplicación de la ley en México y el control creciente de nuestro territorio por el crimen organizado.

El Presidente no quiso desperdiciar lo que consideró era la gran oportunidad del regreso del PRI a los Pinos, luego de dos sexenios de un panismo que señaló como inexperto. Pecó de ambición y diseñó un programa que parecía inalcanzable, pero que alcanzó sin que claro parezca vaya a poder sacarle el jugo que quería, porque su torre de naipes se derrumbó con una economía que no creció como se esperaba, en parte como producto sí de un entorno internacional poco propicio pero también de errores durante 2013 como fue su política de vivienda, el subejercicio presupuestal y la reforma fiscal, y cuando este año empezaba a hacerlo se topó con la caída del precio del petróleo y ahora con la caída de la bolsa de valores, como vimos ayer. Pero la crisis como todos saben no ha sido sólo económica: tampoco pudo contener el que escalara el conflicto que se generó en Iguala hace dos meses y medio, el cual se ha convertido en un reclamo social que alimenta además el señalamiento de favoritismos hacia determinados grupos empresariales del que parece derivar un enriquecimiento familiar suyo, y también al parecer de su gente, situación que no acaba de quedar explicada.

Veamos a continuación cual fue su juego político. En primer lugar no fue suficientemente inclusivo. ¿A qué me refiero? Al hecho que Peña Nieto consideró que con quienes tenía que negociar era con los principales partidos de oposición, a saber el PAN y el PRD, cuyas bancadas legislativas necesitaba para aprobar sus reformas. Lo hizo así con sus dirigencias, dejando atrás en primer lugar a los grupos calderonistas que le habían facilitado su transición, y a la izquierda radical que mantuvo relativamente callada al darle paso a la creación de Morena, pero en segundo lugar a los líderes estatales y locales panistas y perredistas, igual que al priismo regional que también se vio afectado por su política centralizadora (por la cual en plena crisis pretende ahora arremeter contra el municipio).

En suma, su juego político no fue suficientemente inclusivo y su estrategia equivocada, porque creyó que obtener apoyo significaba haber aumentado su fuerza y contar con más recursos. Por eso, corre el peligro de quedarse solo e incluso de ser abandonado por ciertas capas de priistas descontentos porque la forma en la que amalgamó a todo el priismo a su alrededor para llegar al poder puede caersele, si no es que ya se le ha caído.

Otro punto, además, es que su juego político no fue transparente pues decidió negociar a través del famoso Pacto por México, o si no de cualquier manera fuera del Congreso, con lo que no sólo lastimó la división de poderes, sino se expuso al descontento de una sociedad que pareció olvidar sin considerar que su acceso al poder fue polémico para una parte importante de la población, que aún veía con desconfianza al PRI. Esta parte de la población se mantuvo alerta, a través de medios que hoy hacen más fácil el acceso a la información y pueden fermentar un conflicto si se dan las condiciones. Y las condiciones se dieron porque se han sumado intereses y han coincidido con la voz de los descontentos, porque se han despertado, o porque ya no pueden esperar resultados que no llegan, o porque les indigna la incapacidad del gobierno de asumir que las condiciones han cambiado, que tiene que rectificar, que no puede limitarse a ajustar estrategias, sino debe cambiar de metas, porque es inaudita la lentitud y sentido de sus respuestas y su incapacidad de mover la agenda.


En esta situación de crisis, desgraciadamente está siendo poco útil para Enrique Peña Nieto su estilo decisorio, que si bien ha expresado carácter, firmeza y ecuanimidad, no ha demostrado hasta ahora -quizás por lo mismo- la capacidad de autocrítica, ni la modestia necesarias para al menos remplazar a los miembros de su equipo que no han funcionado, y así conducir nuevos tiempos. Pareciera que no está decidido a hacerlo y sólo se ha limitado buscar otros culpables, y a lanzar tardíamente medidas precipitadas frente a los hechos. Sin embargo, debiera saber que las agendas no pueden ser estáticas, que su tablero es otro y que requiere de nuevos instrumentos. Si quiere recobrar liderazgo, necesita buen juicio, y no caer en la necedad y la arrogancia.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Crisis y responsabilidad universitaria. A dos años de gobierno de Enrique Peña Nieto.

Hace veintisiete años, si partimos de la reforma política promovida por Jesús Reyes Heroles en 1977, inició la transformación lenta de un sistema semiautoritario que se había reproducido con éxito en México desde un partido hegemónico luego de la Revolución, modelo que desde casi dos décadas atrás se había empezado a cuestionar y que resultó insostenible cuando la economía dejó de poder alimentar a las  bases clientelares del Estado interventor que lo sostenía. El cambio fue promovido desde los grupos que habían sido más favorecidos por el sistema, desde la clase media que forjó, desde los grupos poblacionales con mayor educación, así entonces desde las universidades que se habían convertido en el centro de discusión y debate de los problemas nacionales. La UNAM en particular fue promotora del cambio en el país, con una posición crítica que nos enorgullece recordar. Su papel se reconoce como semillero de análisis e ideas para esta evolución gradual, y como centro de formación de políticos de las nuevas generaciones de un México más plural. Más adelante, de su seno salieron el grueso de los primeros árbitros de las también nuevas elecciones.

Quiero recordar lo anterior para señalar que este papel contrasta con la paulatina pérdida que al menos la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (donde trabajo) ha sufrido de ser foro importante de discusión de esta misma transformación que México experimentó, con sus alcances y limitaciones. ¿Qué sucedió? La propia pluralidad política alcanzada desplazó la crítica a los partidos políticos y a los medios de comunicación, que se beneficiaron de la liberalización del sistema. En ellos encontraron cabida algunos académicos, mientras el trabajo de la mayoría perdió contacto con la realidad o la capacidad de influir en la vida política que era su objeto de estudio. Sin dejar de reconocer que esta situación ha sido responsabilidad de los mismos profesores e investigadores, también lo ha sido de las autoridades universitarias las cuales han ido fomentando un papel cada vez más conformista en sus cuerpos académicos, para que los movimientos estudiantiles radicales que vienen reproduciéndose en su seno permanezcan quizás aislados.

La contradicción señalada cobra hoy en día una nueva dimensión frente a la más importante crisis política que nuestro país ha atravesado en décadas, una crisis que ha despertado a miles de consciencias desencantadas con razón de lo que les trajo la supuesta democracia, lo que les cuesta un sistema de partidos insuficiente en tanto no encuentran en él representación, en tanto los sienten atrapados por el legado de nuestro pasado, en tanto seguimos siendo un país en donde las leyes nos se cumplen, en donde la corrupción atrapa a políticos de todos los colores, un país además al que el cambio de modelo de desarrollo no le trajo frutos en erradicación de la pobreza o crecimiento, sino sólo parece haberlo hecho un país más desigual, grotescamente injusto por lo que el crimen organizado pudo penetrarlo como lo ha hecho.

La contradicción cobra una nueva dimensión porque desde la Universidad esta toma de conciencia producto de la crisis y esta incipiente organización social del reclamo la debemos permitir, pero no tan sólo señalando como se ha hecho que se debe respetar sin que entorpezca el buen funcionamiento de la institución, sino que debemos abanderarla y orientarla. No podemos privilegiar el juicio moderado frente a los acontecimientos que han desencadenado las protestas, símbolo de lo que había venido sucediendo en México sin que pareciera ya importarnos,  frente a la lentitud y errores de quienes tenían y tienen que hacerse responsables de ellos, frente a la violencia innecesaria contra manifestantes desplegada por las fuerzas encargadas de mantener el orden, frente a la arbitrariedad e ilegalidad de arrestos cuando lo son. De aquí que no avale yo la moderación de los pronunciamientos de las autoridades de mi casa de estudios por afinidades políticas, de suerte que se hacen un tanto cómplices del amedrentamiento de las voces críticas y  de la criminalización de la protesta social.

Por el contrario, pienso que la Universidad debe darle cara a estos tiempos, debe promover la discusión de lo que está sucediendo en este país, debe fomentar el estudio objetivo de los hechos, de si existe la posibilidad de intereses detrás de ellos o que estén alimentando las reacciones de la sociedad a ellos, de cómo y por qué se ha podido extender esta crisis, de sus verdaderas causas, de sus riesgos sí, pero también de las oportunidades que podría abrir si se encauzara bien, si despertara por parte del gobierno federal como no lo ha hecho respuestas más rápidas y acertadas, más autocríticas, más humildes, más abiertas a cambiar de rumbo. Las propuestas del Presidente de la República que dio a conocer la semana pasada, desgraciadamente no van por ese lado, ni auguran buen futuro. Pareciera que se está apostando al desmantelamiento de lo que erróneamente se ve todavía como tropiezo coyuntural de una gestión que se había trazado objetivos que no quiere cambiar. Esta necedad la entiendo, lo que no alcanzo a entender es la cantidad de errores que el equipo de Peña Nieto ha cometido, en su discurso, en la toma de medidas, en no contar totalmente con el ejército, en el actuar fuera de las normas de los cuerpos policiacos, en no haber dimensionado quizás los intereses que ha afectado, en la cola que tiene que le pisen, en hacer política como en el pasado o peor que en el pasado cuando las nuevas tecnologías producen afortunadamente mayor velocidad en la información y mayor capacidad de respuesta. De eficiente y ejemplar ha tenido poco.


Así termina su segundo año de gobierno nuestro Presidente, con la interrogante de si superará esta crisis, lo que a mi parecer con todo es deseable, como lo es el refortalecimiento de nuestras instituciones, incluyendo los partidos políticos, a la par que es deseable el mantenimiento de una sociedad participativa y exigente.

El hastío de la política

18-XI-2014
Que en poco menos de dos meses México nos resultara desconocido, en cuanto a ambiente político, que un clima de descontrol se adueñara del equipo de un presidente que hizo campaña contra la ineficiencia de sus antecesores, de la forma en que lo ha hecho Enrique Peña Nieto frente a las protestas en escala derivadas de un incidente como el de Iguala que por más indignante que nos parezca había sido precedido por miles y miles de muertes producto del crimen organizado y de su combate en el contexto del fenómeno de la narcopolítica en ascenso, que estos sucesos quieran ser aprovechados por los mismos políticos de todos los colores contra los cuales se manifiesta una sociedad cada vez más inconforme, que las manifestaciones fueran rebasadas por movimientos más radicales proclives a la violencia, todo ello no debería sorprendernos.

En efecto, el narcotráfico pudo fácilmente penetrar en un país como el nuestro con condiciones de pobreza no superadas, el segundo más desigual a nivel mundial; el narcotráfico pudo corromper las instancias de gobierno que requirió porque sus responsables no tenían que rendir cuentas a nadie, ni éste se enfrentó a instituciones sólidas; porque la crisis desatada no estaba contemplada por un gobierno que si bien demostró en varias ocasiones capacidad de respuesta a imprevistos, más había ajustado sus estrategias que reconsiderado sus metas, y hoy no entiende que el cambio de proyecto, hombres y discurso es imponente porque aquellos con los que negoció, sus opositores más importantes, gozan del mismo descrédito suyo; no entiende que PRI PAN y PRD son también un cartel a sus ojos, con sus propias contradicciones internas, más patentes en el perredismo, un cartel que en vez de droga mueve ambiciones de poder a través de acuerdos lejanos a los intereses sociales que debieran representar.

Por eso ha salido la gente a la calle a protestar. Qué pena en este sentido que tal descontento sea desvirtuado por actos violentos y vandálicos que no parecen ser perseguidos por la autoridad, la cual por lo mismo se aprecia débil, cuando quizás lo que busca es precisamente que las manifestaciones generen inconformidad, de forma que las reacciones a la desaparición de los estudiantes de Guerrero se vayan desinflando y las aguas retornen a su cauce. En este sentido, puede ser que la marcha menos concurrida en la Ciudad de México de este fin de semana esté demostrando que lo están para mal logrando, cuando lo que debieran hacer sus líderes es orientar mejor a los inconformes para realizar sus diagnósticos, presentar acusaciones debidas y plantearse objetivos viables, de suerte a no hacerle el juego a determinados intereses que pueden estar precipitando una desestabilización que los beneficie, ya sean éstos ciertos grupos de narcotraficantes, ciertos empresarios, ciertos políticos o ciertos luchadores sociales radicales.

Así queda la duda de quiénes están detrás de las también violaciones del estado de derecho, producto de los crímenes cometidos en Guerrero, como queda la duda de por qué los toleran las instancias responsables de mantener el orden, cuando son capaces de entrar a la UNAM para perseguir un robo de celulares. Así lo hicieron el sábado pasado. Es extraño (¿no lo creen ustedes?), como es extraño que se vayan disparos, que se deje abandonado horas un vehículo que después es incendiado por estudiantes, y ahí están los policías rápido para contenerlos violando la autonomía universitaria.  

El ambiente está más que enrarecido, y se presta claro a la desmovilización de quienes sí protestan pacíficamente. Sin embargo estas manifestaciones son las que pueden lograr los cambios profundos que México no ha conseguido, así, desde fuera de los partidos políticos que han sido atrapados en la inercia del sistema que los alimenta y sus partidarios comprados a novel local, ahí donde los traficantes de estupefacientes y diversos criminales organizados han querido.

De esta forma, los ciudadanos deben crear canales para exigir concretamente explicaciones a sus gobernantes y una mejor conducción del país. Deben exigir también una participación adecuada en la toma de decisiones. En esta vía podrían asimismo, por ejemplo, promover la despolitización de la forma en la que se nombran los encargados de los múltiples organismos autónomos que se han creado, y que supuestamente debieran ser ciudadanos. Lo pensaba yo ahora que se negoció, porque así fue, la designación del nuevo responsable de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, designación posiblemente adecuada pero que no dejó de procesarse en lo obscurito, siendo además que el Senado no quiere dejar de tener vela en el injerencia en este terreno y ahora, fíjense ustedes, quiere crear una comisión de seguimiento de las recomendaciones del organismo.


Si los ciudadanos que en las circunstancias actuales han salido a la conquista del espacio público se apagan, podemos permanecer todos presos de la apatía que hoy por hoy, no sin razón, produce pensar en el gobierno y el poder.  Les confieso que es mi deseo poner mi granito de arena para que mis colegas y yo no nos quedemos sin objeto de estudio, ahora que dedicarse a las preferencias partidistas parece perder sentido, cuando los partidos todos se parecen tanto y ninguno tiene una oferta ni características radicalmente diferentes. Estudiarlos de repente, en el clima de violencia que vivimos, puede sonar irrelevante. Sin embargo, es muy importante hacerlo en estos tiempos de hastío de la política, en tanto justo enfrentamos el reto de reedificar al Estado.

La crisis del Estado en México

4-XI-2014
Queridos radioescuchas, hace quince días un imponderable familiar me impidió hacer mi comentario usual en este noticiero. Lo menciono porque es interesante hacer notar que el tema que había elegido entonces es el mismo que aún hoy me parece el más importante del país desde hace más de cinco semanas, que es el relativo a los trágicos eventos sucedidos en Iguala el 26 de septiembre pasado, que con el tiempo están derivando en la mayor crisis no sólo de este gobierno como muchos han señalado, sino de décadas en este país, en el que pese a los esfuerzos de una generación, la mía, no se han concretado los cambios necesarios, ni producido el desarrollo político y económico que le den satisfacción a la mayoría de los mexicanos, sobre todo a los jóvenes los cuales hoy toman con razón las calles. Duele porque son hijos de mi generación, son aquellos a los que teníamos que haber respondido. Duele porque los desaparecidos podrían ser esta vez nuestros propios hijos. No es exagerado decir que la velocidad de las múltiples reacciones que se han sucedido atenta contra la estabilidad del sistema. Y no podemos decir que no hay un buen caldo de cultivo para una rebelión, ni desconocer que Ayotzinapa puede ser la chispa que la alumbre. Por eso mismo, nuestra indignación no debe bloquear la lógica con la que dimensionemos, expliquemos y analicemos los sucesos.

Sobre su dimensión, no creo estar equivocada en la opinión que acabo de expresarles. Lo ilustro con un ejemplo histórico. En 1910, sólo poco más de nueve meses después de la convención que formó al Partido Antirreeleccionista, las simpatías por Madero habían crecido de manera exponencial. Porfirio Díaz, ocupado en desmovilizar a la fuerza reyista que para él era la enemiga de su proyecto, no vio venir el movimiento. Para entonces su única salida fue la represión, con lo que el gobierno porfirista se desmoronó seis meses apenas después del llamamiento a las armas.

Regresando al presente, Enrique Peña Nieto también estuvo sobreocupado en la aprobación de sus reformas estructurales. Creyó que enfrentaba una crisis menor de lo que era, creyó que sus antecesores habían quedado en la práctica atrapados por los gobiernos divididos, producto de una pluralidad política sujeta a ingenierías que no evolucionaron; vio en ello la razón de su ineficiencia gubernamental; la entendió sólo como carencia de liderazgo político para generar acuerdos desde el ejecutivo, con legisladores que no tenían alicientes para cooperar; por ello se esforzó en generarlos, a partir de una política negociadora con las dirigencias de los principales partidos de oposición, aprovechando sus divisiones internas y su debilidad. Las reformas  se lograron y cuando, de frente a las elecciones del año entrante sus aliados devendrían sus adversarios, estalló este problema que demuestra que la crisis del Estado no se limitaba a ser una crisis del Estado democrático, sino que bien a bien era una crisis más compleja, a saber del Estado de derecho  e incluso del Estado en el sentido estricto de mantener el monopolio de la fuerza.            

Así las cosas, si no he estado segura de que las reformas estructurales y su reglamentación vayan a conducir al país hacia un mejor desempeño (menos ahora en las condiciones actuales que ciertamente las entorpecen), lo que sí aseguro es que el gobierno debiera haber considerado prioridad máxima de su política reformadora el recrudecimiento de la violencia en el país; no lo hizo así, aunque no dejó de atender el tema. Al respecto, en los hechos, me pareció que se planteó un acertado esquema de trabajo, más integral y coordinado que el del sexenio anterior, pero poco transparente y demasiado alejado de la sociedad civil; además de que resultó irrespetuosa la política mediática de subestimación del problema, y el manejo deformador de las cifras que arrojaba.

Además, no menos grave, hizo agua la voluntad inicial de crear los instrumentos para detener la corrupción política en el país, lo que en las circunstancias que vivimos era de lo más apremiante debido a la penetración del narco en las diferentes esferas del poder.

Se equivocó en suma Peña Nieto en la dimensión que hizo del reto de su administración. Por eso, aunque el gobierno federal no sea responsable directo de las muertes y desapariciones en Iguala, lo es por omisión, por haber privilegiado su relación con Nueva Izquierda en el PRD antes que atender las acusaciones que se hicieron contra algunos de sus representantes en Guerrero, y porque lo que en esa entidad se ha visto que sucede, sucede en buena parte del país, por lo que la solución no está ni en la renuncia de Ángel Aguirre, ni en la logística para atender la seguridad en ese estado en lo inmediato.

La solución para evitar la doble escalada, del crimen organizado y de las respuestas a la ingobernabilidad que rebasan la ley, pasa por el regreso a un pacto más trascendente que el que dio pie a las reformas estructurales. En este sentido apoyo el que ya se empiece a hablar de un pacto de tal magnitud y sentido, un pacto para salvar a México que blinde a las instituciones fundamentalmente de su penetración por el negocio de la droga y el crimen organizado, pero éste debe ser novedoso y concretarse a través de instancias en las que la sociedad se vea representada, las cuales vigilen sin impunidad el ejercicio gubernamental y la actuación de los cuerpos encargados de mantener el orden y la paz.

La seria crisis que enfrentamos, porque no la enfrenta sólo el PRD en Guerrero o el PRI a nivel nacional, sino todos nosotros, no puede ser resuelta como crisis coyuntural. Por el contrario, es una crisis total del Estado, como Estado democrático, como Estado de derecho y como Estado en el sentido más estricto. Es una crisis de dimensiones estructurales que nos coloca a todos en grave riesgo, pese a que algunos quieran y puedan sacar ganancia del río revuelto e incluso puedan resultar beneficiados. Es una crisis de la que debe de investigarse seriamente si no tiene en su detonante algún autor o autores intelectuales que hayan buscado la desestabilización del sistema, porque de tantos cabos pendientes de hilar, no puedo quitarme de la cabeza la pregunta de el por qué ahora, cuando al menos para algunos parecía que las cosas podían ir mejor. Frente a este misterio, o el misterio de lo que realmente sucedió (ahora que acaban de detener en el Distrito Federal al expresidente municipal José Luis Abarca y a su esposa quizás lo vamos a dilucidar), logro al menos entender mejor quienes salen perdiendo o ganado con todo esto, o logro explicarme los posicionamientos de distintos actores, pero sobre todo entiendo el por qué pudo ello ocurrir.


Si los acontecimientos de Iguala han desatado reacciones que se han salido de control es porque se quiere una vez por siempre que el país se transforme radicalmente, de forma que lo mismo no pueda más acontecer.