Con motivo del II Informe del Presidente
Enrique Peña Nieto se multiplicaron los comentarios en los medios sobre lo que
va de su gestión y la etapa política que se avecina. Si bien sobre este segundo
tema las opiniones concordaron, en el primero no fue así. En efecto, todos los
analistas coinciden en que una vez aprobadas las reformas estructurales y sus
leyes reglamentarias se ha cerrado un período caracterizado por la construcción
de acuerdos con las principales fuerzas opositoras; lo que viene ahora, dicen,
es la confrontación abierta de frente a las elecciones de 2015. No había, digo
yo, que esperar el informe para afirmarlo, pero esta idea simple no ha dejado
de circular. Ahora bien, en lo que no concuerdan los comentaristas es en su
evaluación de los veintiún meses que recién concluyeron. Veamos.
Por una parte están aquellos que se
derriten en alabanzas al oficio político que ha demostrado el Presidente. Están
asombrados de que haya logrado desparalizar al gobierno y construir incentivos
para la cooperación en el Congreso, de suerte que fue posible llevar por buen
camino una hazaña política casi impensable en gobiernos divididos como han sido
los nuestros desde 1997. Es cierto, Peña Nieto supo negociar, intercambiar,
ceder, es decir mantuvo sus prioridades a un precio que le pareció razonable
visto el beneficio obtenido. En esta línea, no falta incluso quien califica su
manejo como maquiavélico en un sentido positivo. Además en una actitud pasada
de complaciente, ya sea explican la baja de popularidad de la figura
presidencial que reflejan las encuestas con base en una supuesta táctica que
mantuvo hasta hora el mandatario, consistente en mantener un perfil bajo que
hiciera posible su política negociadora, ya sea la subestiman en función de la
distribución de las preferencias partidistas que las mismas encuestas confirman,
las cuales favorecen al PRI con más de diez puntos sobre el segundo lugar que
resulta ser el PAN. El Presidente, dicen, ha demostrado que sabe gobernar;
puede ser que no atraiga tantas simpatías pero sí votos.
Sin embargo, tampoco faltan quienes
recuerdan que la estrategia del Pacto no fue suya sino del PRD y que Peña Nieto
se quiere indilgar todo el mérito de los resultados logrados, sin reconocer el
papel de las fuerzas políticas que se comprometieron en él, a saber el PAN y el
PRD. Igualmente ven en la falta de crecimiento y de control de la seguridad las
razones del descontento de los ciudadanos, quienes no pueden creer las cifras
alegres que el documento refiere. El Presidente tiene un bono que le puede
durar hasta las próximas elecciones, pero perderá a mediano plazo si no ofrece
resultados. Finalmente recuerdan que en el renglón de las políticas públicas,
las dificultades mayores no se afrontan en su diseño sino en su implementación.
La visión del mandatario no debe ser cortoplacista y mirar tan sólo la
contienda del año próximo, sino contemplar el 2018. Ese año la suerte de los
priistas dependerá de que el Presidente se sepa rodear, desde ya, de quienes
mejor puedan echar a andar las reformas alcanzadas y los programas de gobierno.
Dependerá fundamentalmente de que haya habido crecimiento y se sienta en los
bolsillos de la mayoría, y que en México se haya recuperado el estado de
derecho.
Por todo lo señalado, en el otro extremo de
los optimistas están quienes no ven
razones para que Peña Nieto se sienta tan satisfecho. En esta visión el informe
fue tan triunfalista como siempre, esencialmente tan acartonado y falso como ha
sido. En suma, en las condiciones que vive la economía y la sociedad no es
creíble, no interesa, ni a los expertos que no encontraron por dónde emitir
análisis de mayor interés. Eso pensaba yo, estimados radioescuchas, cuando me
topé con la nota de que en corto en la oficina presidencial se había hecho un
balance de la jornada que llevó no sólo a excusarse públicamente por haber usado el zócalo de estacionamiento (muy
modernamente lo hicieron por twitter),
sino a querer repensar el instrumento mismo del informe.
Miren ustedes, yo no veo mal del mismo el
que sea complaciente con el desempeño público. No entiendo a quienes pretenden
que el mensaje presidencial podría haber contenido alguna autocrítica. Las
autocríticas de un gobierno no pueden ir más allá de reconocer que se usó
indebidamente al zócalo. ¿Cómo verían ustedes que Peña Nieto nos viniera a
decir que subestimó a la CNTE o que en los años venideros habremos de evaluar
si la cultura en un país como el nuestro, donde la corrupción es hábito y hasta
producto de instituciones insuficientes, no hace peligrosa una apertura en el
renglón energético como la que se logró?
El Presidente, sin embargo, debería
dirigirse al público sobre el entendido que aquellos que lo escuchan conocen
las críticas que ha recibido su gobierno, asimismo saben señalar a su entender riesgos
en que se ha incurrido, y errores que se han cometido. En este sentido no
quieren que evada a la oposición, sino que reconozca su voz, que demuestre al
menos que entiende argumentos contrarios pero que su posición es otra y puede
justificarla. Un informe construido de esta manera trataría al otro con
respeto. Al entrar en una discusión seria, la cual le permitiría dicho sea de
paso mayor aceptación, en un contexto excepcional probaría que es un político
que entiende que la democracia va más allá de las urnas, que adquiere sentido no
sólo en la transparencia y la rendición de cuentas de donde el reclamo por
mayor injerencia ciudadana en el diseño de las políticas públicas y en el
ejercicio presupuestal, sino mediante gobiernos que ofrecen razones a quienes
los eligieron y a los que no lo hicieron.
Bueno, la nota a la que hice referencia
señala que desde la Presidencia van a revisar el formato del informe. ¿Qué les
parecen mis ideas?