18-XI-2014
Que en poco menos de dos meses México nos
resultara desconocido, en cuanto a ambiente político, que un clima de
descontrol se adueñara del equipo de un presidente que hizo campaña contra la
ineficiencia de sus antecesores, de la forma en que lo ha hecho Enrique Peña
Nieto frente a las protestas en escala derivadas de un incidente como el de
Iguala que por más indignante que nos parezca había sido precedido por miles y
miles de muertes producto del crimen organizado y de su combate en el contexto
del fenómeno de la narcopolítica en ascenso, que estos sucesos quieran ser
aprovechados por los mismos políticos de todos los colores contra los cuales se
manifiesta una sociedad cada vez más inconforme, que las manifestaciones fueran
rebasadas por movimientos más radicales proclives a la violencia, todo ello no
debería sorprendernos.
En efecto, el narcotráfico pudo fácilmente
penetrar en un país como el nuestro con condiciones de pobreza no superadas, el
segundo más desigual a nivel mundial; el narcotráfico pudo corromper las
instancias de gobierno que requirió porque sus responsables no tenían que
rendir cuentas a nadie, ni éste se enfrentó a instituciones sólidas; porque la
crisis desatada no estaba contemplada por un gobierno que si bien demostró en
varias ocasiones capacidad de respuesta a imprevistos, más había ajustado sus estrategias
que reconsiderado sus metas, y hoy no entiende que el cambio de proyecto,
hombres y discurso es imponente porque aquellos con los que negoció, sus
opositores más importantes, gozan del mismo descrédito suyo; no entiende que
PRI PAN y PRD son también un cartel a sus ojos, con sus propias contradicciones
internas, más patentes en el perredismo, un cartel que en vez de droga mueve
ambiciones de poder a través de acuerdos lejanos a los intereses sociales que
debieran representar.
Por eso ha salido la gente a la calle a
protestar. Qué pena en este sentido que tal descontento sea desvirtuado por
actos violentos y vandálicos que no parecen ser perseguidos por la autoridad,
la cual por lo mismo se aprecia débil, cuando quizás lo que busca es precisamente
que las manifestaciones generen inconformidad, de forma que las reacciones a la
desaparición de los estudiantes de Guerrero se vayan desinflando y las aguas
retornen a su cauce. En este sentido, puede ser que la marcha menos concurrida
en la Ciudad de México de este fin de semana esté demostrando que lo están para
mal logrando, cuando lo que debieran hacer sus líderes es orientar mejor a los
inconformes para realizar sus diagnósticos, presentar acusaciones debidas y
plantearse objetivos viables, de suerte a no hacerle el juego a determinados intereses
que pueden estar precipitando una desestabilización que los beneficie, ya sean
éstos ciertos grupos de narcotraficantes, ciertos empresarios, ciertos políticos
o ciertos luchadores sociales radicales.
Así queda la duda de quiénes están detrás
de las también violaciones del estado de derecho, producto de los crímenes
cometidos en Guerrero, como queda la duda de por qué los toleran las instancias
responsables de mantener el orden, cuando son capaces de entrar a la UNAM para
perseguir un robo de celulares. Así lo hicieron el sábado pasado. Es extraño (¿no
lo creen ustedes?), como es extraño que se vayan disparos, que se deje
abandonado horas un vehículo que después es incendiado por estudiantes, y ahí
están los policías rápido para contenerlos violando la autonomía universitaria.
El ambiente está más que enrarecido, y se
presta claro a la desmovilización de quienes sí protestan pacíficamente. Sin
embargo estas manifestaciones son las que pueden lograr los cambios profundos
que México no ha conseguido, así, desde fuera de los partidos políticos que han
sido atrapados en la inercia del sistema que los alimenta y sus partidarios
comprados a novel local, ahí donde los traficantes de estupefacientes y diversos
criminales organizados han querido.
De esta forma, los ciudadanos deben crear
canales para exigir concretamente explicaciones a sus gobernantes y una mejor
conducción del país. Deben exigir también una participación adecuada en la toma
de decisiones. En esta vía podrían asimismo, por ejemplo, promover la
despolitización de la forma en la que se nombran los encargados de los
múltiples organismos autónomos que se han creado, y que supuestamente debieran
ser ciudadanos. Lo pensaba yo ahora que se negoció, porque así fue, la
designación del nuevo responsable de la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, designación posiblemente adecuada pero que no dejó de procesarse en lo
obscurito, siendo además que el Senado no quiere dejar de tener vela en el injerencia
en este terreno y ahora, fíjense ustedes, quiere crear una comisión de
seguimiento de las recomendaciones del organismo.
Si los ciudadanos que en las circunstancias
actuales han salido a la conquista del espacio público se apagan, podemos
permanecer todos presos de la apatía que hoy por hoy, no sin razón, produce
pensar en el gobierno y el poder. Les
confieso que es mi deseo poner mi granito de arena para que mis colegas y yo no
nos quedemos sin objeto de estudio, ahora que dedicarse a las preferencias
partidistas parece perder sentido, cuando los partidos todos se parecen tanto y
ninguno tiene una oferta ni características radicalmente diferentes.
Estudiarlos de repente, en el clima de violencia que vivimos, puede sonar
irrelevante. Sin embargo, es muy importante hacerlo en estos tiempos de hastío
de la política, en tanto justo enfrentamos el reto de reedificar al Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario