jueves, 4 de diciembre de 2014

El hastío de la política

18-XI-2014
Que en poco menos de dos meses México nos resultara desconocido, en cuanto a ambiente político, que un clima de descontrol se adueñara del equipo de un presidente que hizo campaña contra la ineficiencia de sus antecesores, de la forma en que lo ha hecho Enrique Peña Nieto frente a las protestas en escala derivadas de un incidente como el de Iguala que por más indignante que nos parezca había sido precedido por miles y miles de muertes producto del crimen organizado y de su combate en el contexto del fenómeno de la narcopolítica en ascenso, que estos sucesos quieran ser aprovechados por los mismos políticos de todos los colores contra los cuales se manifiesta una sociedad cada vez más inconforme, que las manifestaciones fueran rebasadas por movimientos más radicales proclives a la violencia, todo ello no debería sorprendernos.

En efecto, el narcotráfico pudo fácilmente penetrar en un país como el nuestro con condiciones de pobreza no superadas, el segundo más desigual a nivel mundial; el narcotráfico pudo corromper las instancias de gobierno que requirió porque sus responsables no tenían que rendir cuentas a nadie, ni éste se enfrentó a instituciones sólidas; porque la crisis desatada no estaba contemplada por un gobierno que si bien demostró en varias ocasiones capacidad de respuesta a imprevistos, más había ajustado sus estrategias que reconsiderado sus metas, y hoy no entiende que el cambio de proyecto, hombres y discurso es imponente porque aquellos con los que negoció, sus opositores más importantes, gozan del mismo descrédito suyo; no entiende que PRI PAN y PRD son también un cartel a sus ojos, con sus propias contradicciones internas, más patentes en el perredismo, un cartel que en vez de droga mueve ambiciones de poder a través de acuerdos lejanos a los intereses sociales que debieran representar.

Por eso ha salido la gente a la calle a protestar. Qué pena en este sentido que tal descontento sea desvirtuado por actos violentos y vandálicos que no parecen ser perseguidos por la autoridad, la cual por lo mismo se aprecia débil, cuando quizás lo que busca es precisamente que las manifestaciones generen inconformidad, de forma que las reacciones a la desaparición de los estudiantes de Guerrero se vayan desinflando y las aguas retornen a su cauce. En este sentido, puede ser que la marcha menos concurrida en la Ciudad de México de este fin de semana esté demostrando que lo están para mal logrando, cuando lo que debieran hacer sus líderes es orientar mejor a los inconformes para realizar sus diagnósticos, presentar acusaciones debidas y plantearse objetivos viables, de suerte a no hacerle el juego a determinados intereses que pueden estar precipitando una desestabilización que los beneficie, ya sean éstos ciertos grupos de narcotraficantes, ciertos empresarios, ciertos políticos o ciertos luchadores sociales radicales.

Así queda la duda de quiénes están detrás de las también violaciones del estado de derecho, producto de los crímenes cometidos en Guerrero, como queda la duda de por qué los toleran las instancias responsables de mantener el orden, cuando son capaces de entrar a la UNAM para perseguir un robo de celulares. Así lo hicieron el sábado pasado. Es extraño (¿no lo creen ustedes?), como es extraño que se vayan disparos, que se deje abandonado horas un vehículo que después es incendiado por estudiantes, y ahí están los policías rápido para contenerlos violando la autonomía universitaria.  

El ambiente está más que enrarecido, y se presta claro a la desmovilización de quienes sí protestan pacíficamente. Sin embargo estas manifestaciones son las que pueden lograr los cambios profundos que México no ha conseguido, así, desde fuera de los partidos políticos que han sido atrapados en la inercia del sistema que los alimenta y sus partidarios comprados a novel local, ahí donde los traficantes de estupefacientes y diversos criminales organizados han querido.

De esta forma, los ciudadanos deben crear canales para exigir concretamente explicaciones a sus gobernantes y una mejor conducción del país. Deben exigir también una participación adecuada en la toma de decisiones. En esta vía podrían asimismo, por ejemplo, promover la despolitización de la forma en la que se nombran los encargados de los múltiples organismos autónomos que se han creado, y que supuestamente debieran ser ciudadanos. Lo pensaba yo ahora que se negoció, porque así fue, la designación del nuevo responsable de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, designación posiblemente adecuada pero que no dejó de procesarse en lo obscurito, siendo además que el Senado no quiere dejar de tener vela en el injerencia en este terreno y ahora, fíjense ustedes, quiere crear una comisión de seguimiento de las recomendaciones del organismo.


Si los ciudadanos que en las circunstancias actuales han salido a la conquista del espacio público se apagan, podemos permanecer todos presos de la apatía que hoy por hoy, no sin razón, produce pensar en el gobierno y el poder.  Les confieso que es mi deseo poner mi granito de arena para que mis colegas y yo no nos quedemos sin objeto de estudio, ahora que dedicarse a las preferencias partidistas parece perder sentido, cuando los partidos todos se parecen tanto y ninguno tiene una oferta ni características radicalmente diferentes. Estudiarlos de repente, en el clima de violencia que vivimos, puede sonar irrelevante. Sin embargo, es muy importante hacerlo en estos tiempos de hastío de la política, en tanto justo enfrentamos el reto de reedificar al Estado.

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