Hace veintisiete años, si partimos de la
reforma política promovida por Jesús Reyes Heroles en 1977, inició la
transformación lenta de un sistema semiautoritario que se había reproducido con
éxito en México desde un partido hegemónico luego de la Revolución, modelo que
desde casi dos décadas atrás se había empezado a cuestionar y que resultó
insostenible cuando la economía dejó de poder alimentar a las bases clientelares del Estado interventor que
lo sostenía. El cambio fue promovido desde los grupos que habían sido más
favorecidos por el sistema, desde la clase media que forjó, desde los grupos
poblacionales con mayor educación, así entonces desde las universidades que se habían
convertido en el centro de discusión y debate de los problemas nacionales. La UNAM
en particular fue promotora del cambio en el país, con una posición crítica que
nos enorgullece recordar. Su papel se reconoce como semillero de análisis e
ideas para esta evolución gradual, y como centro de formación de políticos de las
nuevas generaciones de un México más plural. Más adelante, de su seno salieron
el grueso de los primeros árbitros de las también nuevas elecciones.
Quiero recordar lo anterior para señalar
que este papel contrasta con la paulatina pérdida que al menos la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales (donde trabajo) ha sufrido de ser foro importante
de discusión de esta misma transformación que México experimentó, con sus
alcances y limitaciones. ¿Qué sucedió? La propia pluralidad política alcanzada
desplazó la crítica a los partidos políticos y a los medios de comunicación,
que se beneficiaron de la liberalización del sistema. En ellos encontraron
cabida algunos académicos, mientras el trabajo de la mayoría perdió contacto
con la realidad o la capacidad de influir en la vida política que era su objeto
de estudio. Sin dejar de reconocer que esta situación ha sido responsabilidad
de los mismos profesores e investigadores, también lo ha sido de las
autoridades universitarias las cuales han ido fomentando un papel cada vez más
conformista en sus cuerpos académicos, para que los movimientos estudiantiles
radicales que vienen reproduciéndose en su seno permanezcan quizás aislados.
La contradicción señalada cobra hoy en día
una nueva dimensión frente a la más importante crisis política que nuestro país
ha atravesado en décadas, una crisis que ha despertado a miles de consciencias
desencantadas con razón de lo que les trajo la supuesta democracia, lo que les
cuesta un sistema de partidos insuficiente en tanto no encuentran en él
representación, en tanto los sienten atrapados por el legado de nuestro pasado,
en tanto seguimos siendo un país en donde las leyes nos se cumplen, en donde la
corrupción atrapa a políticos de todos los colores, un país además al que el
cambio de modelo de desarrollo no le trajo frutos en erradicación de la pobreza
o crecimiento, sino sólo parece haberlo hecho un país más desigual, grotescamente
injusto por lo que el crimen organizado pudo penetrarlo como lo ha hecho.
La contradicción cobra una nueva dimensión
porque desde la Universidad esta toma de conciencia producto de la crisis y
esta incipiente organización social del reclamo la debemos permitir, pero no
tan sólo señalando como se ha hecho que se debe respetar sin que entorpezca el buen
funcionamiento de la institución, sino que debemos abanderarla y orientarla. No
podemos privilegiar el juicio moderado frente a los acontecimientos que han
desencadenado las protestas, símbolo de lo que había venido sucediendo en México
sin que pareciera ya importarnos, frente
a la lentitud y errores de quienes tenían y tienen que hacerse responsables de
ellos, frente a la violencia innecesaria contra manifestantes desplegada por
las fuerzas encargadas de mantener el orden, frente a la arbitrariedad e
ilegalidad de arrestos cuando lo son. De aquí que no avale yo la moderación de
los pronunciamientos de las autoridades de mi casa de estudios por afinidades
políticas, de suerte que se hacen un tanto cómplices del amedrentamiento de las
voces críticas y de la criminalización
de la protesta social.
Por el contrario, pienso que la Universidad
debe darle cara a estos tiempos, debe promover la discusión de lo que está
sucediendo en este país, debe fomentar el estudio objetivo de los hechos, de si
existe la posibilidad de intereses detrás de ellos o que estén alimentando las
reacciones de la sociedad a ellos, de cómo y por qué se ha podido extender esta
crisis, de sus verdaderas causas, de sus riesgos sí, pero también de las
oportunidades que podría abrir si se encauzara bien, si despertara por parte
del gobierno federal como no lo ha hecho respuestas más rápidas y acertadas,
más autocríticas, más humildes, más abiertas a cambiar de rumbo. Las propuestas
del Presidente de la República que dio a conocer la semana pasada,
desgraciadamente no van por ese lado, ni auguran buen futuro. Pareciera que se
está apostando al desmantelamiento de lo que erróneamente se ve todavía como
tropiezo coyuntural de una gestión que se había trazado objetivos que no quiere
cambiar. Esta necedad la entiendo, lo que no alcanzo a entender es la cantidad
de errores que el equipo de Peña Nieto ha cometido, en su discurso, en la toma
de medidas, en no contar totalmente con el ejército, en el actuar fuera de las
normas de los cuerpos policiacos, en no haber dimensionado quizás los intereses
que ha afectado, en la cola que tiene que le pisen, en hacer política como en
el pasado o peor que en el pasado cuando las nuevas tecnologías producen
afortunadamente mayor velocidad en la información y mayor capacidad de respuesta.
De eficiente y ejemplar ha tenido poco.
Así termina su segundo año de gobierno nuestro
Presidente, con la interrogante de si superará esta crisis, lo que a mi parecer
con todo es deseable, como lo es el refortalecimiento de nuestras instituciones,
incluyendo los partidos políticos, a la par que es deseable el mantenimiento de
una sociedad participativa y exigente.
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