viernes, 27 de septiembre de 2013

Segunda vuelta electoral

En medio de un debate público que ha abierto distintos, y a mi parecer demasiados frentes, como son las discusiones en torno a la respuesta gubernamental a movimientos sociales (tal es el caso del que protagoniza la CNTE) o a las emergencias climatológicas recientes, o bien en torno a las propuestas de reformas energética y hacendaria, destacan las controversias que genera la reforma política que supuestamente se discute en el seno del Pacto por México (pero ha rebasado este espacio), donde se han expuesto demandas como es la creación de un Instituto Nacional Electoral y regresado a la luz discusiones que abortaron en la reforma de 2011 como son la reelección de legisladores o la instauración de la segunda vuelta electoral. Sobre este último tema, haremos nuestro comentario la mañana de hoy.
La segunda vuelta es una demanda del PAN desde 2009. Actualmente aquellos senadores encabezados por Ernesto Cordero de este partido son los que han presionado para que de nueva cuenta entre en la mesa de negociaciones. De hecho ha obtenido un apoyo irregular por parte del PRD, mientras el PRI se sigue oponiendo a ella. Igualmente cabe reconocer que es bien vista por la mayoría de los especialistas y en particular por el Presidente del IFE, Leonardo Valdés, quien ha declarado que podría ayudar a evitar conflictos poselectorales derivados de elecciones cada vez más cerradas. En la misma línea, de cincuenta países donde el Jefe de Estado es electo por sufragio universal como el nuestro, cuarenta contemplan el mecanismo contra diez que no lo hacen.
La pregunta ineludible es si en México debemos inclinarnos inevitablemente por las fórmulas más populares y más frecuentes de ingeniería institucional, y yo responde con un rotundo no. No debemos tomar una decisión precipitada sobre este punto, es decir instaurar la segunda vuelta  con falsas razones y por intereses políticos que pueden no medir sus consecuencias, llevar a un debilitamiento de nuestro sistema de partidos de por sí endeble y a complicados enfrentamientos. Aceptar la segunda vuelta sin una discusión de fondo, no puede ser parte del precio a pagar por la actual administración por ninguna otra  reforma por urgente que parezca.
Veamos en detalle. Quienes justifican la segunda vuelta lo hacen por dos razones: legitimidad y gobernabilidad. En lo que se refiere al primer punto, sostengo que no es seguro que la receta le genere más legitimidad a la figura del Presidente de la República en la medida en la que los arreglos cupulares entre los partidos políticos para producir las coaliciones, que para tal efecto se conformen, pueden en los hechos distorsionar la primera voluntad de los electores. ¿Cómo definir el porcentaje mínimo de votos que debe tener un candidato para ser legítimo, qué diferencia de puntos debe mantener con el segundo lugar? Es indudable que depende del número de partidos, elemento que hasta ahora no se está tomando en cuenta, como tampoco se está tomando en cuenta el nivel de dispersión y de polarización de nuestro sistema de partidos.
La legitimidad de origen de un mandatario, que por cierto puede revertirse en el ejercicio de gobierno, depende de varios factores adicionales a un resultado electoral que refleje suficiente margen de ganancia. En efecto depende también de la transparencia misma de los procesos. Sobre este punto en el país tenemos instituciones que a lo largo de los últimos años organizan bien los procesos electorales y cuentan bien los votos, mas éstos no logran obtener plena credibilidad siendo el déficit de las elecciones estatales mayor que el de las elecciones federales. Sin embargo las elecciones presidenciales tanto de 2006 y 2012 siendo federales produjeron impugnaciones por su importancia. Así, no se logrará una credibilidad total en los procesos electorales mientras se siga sospechando de un involucramiento de las autoridades en ellos, mientras no haya control pleno de los recursos y de su uso en las campañas, ni mientras los perdedores no se acepten como tales y obtengan ventajas políticas al señalar que las elecciones fueron fraudulentas aún si no pueden probar que lo hayan sido.
¿Quien puede garantizar que los resultados de una segunda vuelta electoral no sean también cerrados? ¿Quien puede garantizar que la segunda vuelta evite impugnaciones?                
La segunda vuelta me parece oportuna para sistemas de partidos más fragmentados y dispersos que el nuestro. El nuestro es un sistema de partidos que está teniendo a crecer, dado el peso en aumento de los llamados partidos chicos y  dado también la perspectiva de que entren en escena en un futuro próximo nuevos partidos, pero que sigue siendo de tres partidos grandes PRI, PAN y PRD que son los que cuentan a nivel del diseño de las políticas públicas nacionales de forma tal que se han cartelizado. Dada la intensa competitividad entre ellos, estos partidos tienden a hacer a nivel subnacional coaliciones pragmáticas y frágiles con los partidos chicos e incluso entre ellos. En este contexto PAN y PRD, sobre todo, sufren una gran tensión la cual sumada a su origen produce partidos poco unificados. En consecuencia podrían verse afectados por las decisiones que tomen sus líderes respecto a su inclusión en determinadas coaliciones en vistas a segundas vueltas presidenciales; asimismo podrían perder aún más representatividad. De todo ello podría resultar mayor debilitamiento del sistema de partidos.
De hecho, en el entendido que las ingenierías institucionales deben siempre reconsiderarse me abro a la discusión de la segunda vuelta, pero mi posición es poner en duda en estos momentos las bondades de tal fórmula en México, a la luz de una mayor reflexión sobre el punto que señale también a sus inconvenientes. Cuestiono el que nuestra democracia y nuestro sistema de partidos estén suficientemente maduros para la misma y no como algunos dicen porque sea mejor transitar hacia gobiernos de coalición y ambos mecanismos sean excluyentes. De hecho no lo son como también es cuestionable que tanto gobiernos de coaliciones como  segundas vueltas sean los únicos mecanismos que puedan producir más gobernabilidad en el país.
De ello podemos hablar en otra ocasión.