miércoles, 24 de abril de 2013

El hambrewate, el Pacto por México y el trabajo legislativo


El escándalo que desataron las grabaciones y los videos dados a conocer a mediados de la semana pasada por el dirigente del Partido Acción Nacional, Gustavo Madero, y el excandidato de ese partido al gobierno de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, para evidenciar el uso electoral que en esa entidad supuestamente pretendían darle algunos funcionarios de la misma en complicidad con representantes de la Secretaría de Desarrollo Social, encabezada por Rosario Robles, a ciertos programas sociales para operar a favor de los candidatos postulados por el PRI de frente a  las contiendas locales próximas en 14 entidades, este escándalo ha venido a evidenciar la fragilidad del Pacto por México que precisamente  comentaba yo en este espacio hace un mes.

En efecto el PAN inmediatamente insinuó que condicionaría su permanencia en éste a que se investiguen los hechos. De hecho, más allá de la carta que dirigió al Presidente Enrique Peña Nieto, presentó una denuncia ante la Procuraduría General de la República y anunció que mientras corre la investigación tanto el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, como la Secretaria Rosario Robles, deberían ser separados de sus cargos. Asimismo el coordinador de los diputados panistas, Luis Alberto Villareal, afirmó que solicitaría ayer ante la Junta de Coordinación Política el que en la sesión de la Cámara hoy se considere una solicitud de juicio político contra ambos personajes.

Ante estos hechos las reacciones del gobierno federal no se hicieron esperar y son varias. En primer lugar se separaron provisionalmente de los cargos a varios funcionarios de menor nivel, entre otros, al delegado de la Sedesol en Veracruz, al coordinador operativo de la dependencia y a algunos jefes de zona. A la par, la secretaria Robles quien había declarado no estar involucrada en ningún proceso electoral y sí a favor de que se sancione cualquier irregularidad que se compruebe, recibió un espaldarazo de parte del Primer Mandatario durante la gira en la que lo acompañó a Chiapas, a donde fue de visita con el expresidente brasileño Luís Inácio Lula De Silva para hacer un recuento de la Cruzada Nacional contra el Hambre que se basa en la experiencia de este último.

A pesar de tales remociones, que por cierto algunos consideraron insuficientes, el PAN bien dijo que su denuncia no era ligera sino aludía a un delito. Ello en voz de varios, como fue el senador Roberto Gil. Así  no bastó al parecer con la estrategia del ejecutivo federal de disfrazar la acusación como descalificación de los programas sociales y con realzar mediáticamente su urgencia. Por el contario, ello provocó el que el PRD aprovechara para profundizar las críticas iniciadas por los panistas y se lanzara con más fuerza aún contra su exdirigente, quien alejada de ellos es hoy la titular de la Sedesol. Jesús Zambrano, el actual presidente del PRD, se negó así a reunirse con ella por no considerarla una interlocutora fiable y se unió a la exigencia de Gil de blindar todos los procesos del 7 de julio. En el mismo tenor el jefe de gobierno de la Ciudad, Miguel Ángel Mancera, ya había tomado distancia de la Cruzada contra el Hambre bajo el argumento de que había que cotejar si no duplicaba políticas ya impulsadas por su administración.
         
Siguiendo este asunto de la unión del PAN y del PRD en contra del PRI por la posibilidad de que su presencia en los Pinos interfiera en la debida equidad electoral, y de que afecte el desarrollo oportuno del Pacto por México, es que el día de ayer aparecieron en periódicos dos notas que sí demuestran que existe este temor, si bien los líderes de los principales partidos de oposición participantes se sentaron durante este fin de semana a hablar con el Secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong. La primera nota se refiere a las declaraciones del dirigente priista, César Camacho, en las que también minimiza los posibles delitos electorales que evidenció el escándalo, y declara insensatamente a mi parecer el que elecciones coyunturales no pueden estar por encima del acuerdo para lograr reformas de hondo calado. La segunda nota alude a lo dicho por el gobernador veracruzano, Javier Duarte, de que el PAN siempre utilizó los programas sociales para su beneficio electoral sin que  tuviera consecuencias mientras ahora sí las hubo, como si el que otros se muevan en la ilegalidad justificara el que uno lo hiciera.

El hecho es que tanto Rosario Robles como el gobernador Duarte ciertamente están en problemas, pagando el precio una de sus desavenencias con los perredistas y el otro de su inexperiencia que desborda sin el apoyo del exgobernador Fidel Herrera quien lo dejó en su lugar, y actualmente debe de estar más ocupado en defenderse de los nexos con el narcotráfico que se le imputaron según testificaciones que también la semana pasada se hicieron en el juicio que se le sigue al hermano del líder de los Zetas, Miguel Treviño, y a otros implicados en el lavado de millones de dólares producto del crimen organizado. Estas testificaciones, pues, no deben estar permitiéndole moverse a favor de Duarte.

En este contexto como respuesta gubernamental al hecho de que si PAN y PRD pueden sumar esfuerzos en contra del PRI en este escándalo como lo pueden hacer en coaliciones electorales (tal es el caso de la que se acaba de anunciar para la igualmente próxima elección de gobernador de Baja California Norte) interpreto yo el madruguete avalado por los priistas que representa para el Pacto el hecho de que, brincándose al presidente panista de la Comisión de Hacienda Isaac Trejo y en sentido contrario a las negociaciones incluyentes mediante las cuales tanto avanzó el trabajo legislativo durante este periodo de sesiones que termina a final de mes, un grupo de trece legisladores del PRI, PRD, PVEM, PT, MC y Panal enviara un oficio a la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados en el que se pidió publicar en la Gaceta Parlamentaria la convocatoria para sesionar ayer y discutir un tema muy importante que según mi entender no está en el famoso acuerdo. El tema es la homologación del cobro de las cuotas al IMSS con el pago del Impuesto sobre la Renta, lo que significaría un sacrificio empresarial que el PAN posiblemente no apoyaría.

En el supuesto racional que se trata de una maniobra que no se le puede haber escapado a Peña Nieto, lo que con ello está demostrando es que sabe de la fragilidad del Pacto y ante las amenazas de quienes lo suscribieron de abandonarlo manda una señal de que puede cambiar la agenda de las prioridades marcadas por éste, así como su política de negociación con todas las fuerzas políticas más importantes, en el sentido de que también puede decidir mayoritear a algunas minorías aliándose con otras, es decir dividirlas.                           

El Pacto por México ha sido una excelente estrategia de inicio de gobierno, pero al menos yo no auguro como ya se los había dicho que dure todo el sexenio.

martes, 9 de abril de 2013

El cambio político en México


En esta ocasión deseo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre nuestro sistema político, el motor que ha tenido su evolución en las últimas décadas y la posibilidad de su transformación futura. Sostengo como idea central el que así como la reforma electoral de 1977 y las reformas subsecuentes hasta la del 1996 catapultaron el proceso democratizador del país, hoy por hoy impulsar la democracia más allá de los alcances que ha tenido requiere de una nueva generación de reformas que vayan más allá del tema del acceso al poder y se centren en el ejercicio del mismo, con el afán de superar deficiencias ancestrales de nuestro entramado institucional. Me explico.   
La era política que vivimos esta construida sobre la base de una legalidad electoral que se desarrolló a partir de 1977, redefinió las instituciones democráticas, el sistema de partidos y  el comportamiento electoral en el marco de la permanencia de un único modelo de desarrollo económico desde la administración de la Madrid sostenido  por una misma élite en el poder primero por el PRI, luego por el PAN y ahora con los priistas de regreso, a través de la evolución de un sistema no competitivo a otro competitivo que ha producido realineamientos del voto con desarrollos desiguales según los distintos niveles nacionales y subnacionales de la política, los cuales mantienen una lógica y generan sus propias constantes.
Así a través de un proceso continuo de reformas (1977, 1986, 1990, 1993, 1994, 1996, 2003, 2007) se fue construyendo una legalidad democrática aún cuestionada sobre todo en elecciones reñidas que se judicializan, pero aún en algunas menos reñidas en las que sigue asomándose el fantasma del fraude. Es decir no hemos logrado el desarrollo absoluto de elecciones plenamente creíbles. Es éste uno de los elementos que ha atorado el proceso de democratización en México, aún entendida ésta en términos políticos. Los niveles de participación son insuficientes, el sistema de partidos en esencia tripartidista (al menos a nivel nacional y en casi la cuarta parte de los estados) aún no logra plena representación de los intereses y los partidos mismos, si no están en crisis exactamente, sufren fuertes contradicciones internas mientras los partidos chicos resultan cada vez más relevantes y puede avecinarse mayor fragmentación en el sistema.
Ello se acompaña de una línea todavía borrosa, más ahora con el regreso del PRI,  entre el aparato estatal y el partido gobernante (para prueba lo que acaba de pasar en la XXI Asamblea del tricolor), y todavía en ocasiones entre el aparato estatal y la organización electoral en flagrante violación a la ley al menos a nivel subnacional, en el contexto de un desempeño gubernamental deficiente y de una debilidad que ahora pretende subsanar Enrique Peña Nieto a través de nuevas reglas informales del poder que, para enfrentar la ingobernabilidad que producen los gobiernos divididos, están desplazando al legislativo como contrapeso del poder al obtener directamente los acuerdos necesarios para el desarrollo de sus políticas con las dirijencias de las fuerzas políticas más importantes. En este sentido el Pacto por México, en un afán eficientista, puede estar vulnerando la democracia como forma de gobierno que exige transparencia.
Por eso más urgente que seguir perfeccionando la legalidad electoral, que siempre puede seguir haciéndose (al respecto cabe señalar que entre los pendientes están la posibilidad de conformar un órgano nacional electoral que supervise tanto elecciones federales como estatales y locales, así como la formulación de una ley de partidos), resulta importante emprender una reforma política de mayor calado (de frente a la triste experiencia de aquella de 2009-2012 que poco logró) que ataque vicios estructurales de nuestra ingeniería y ya no tenga como objetivo el cómo se llega al poder, sino el cómo se gobierna.
La reformas electorales  inauguradas en 1977 que de forma progresiva construyeron la posibilidad de tener elecciones limpias y equitativas a través fundamentalmente de la ciudadanización de la organización de los procesos electorales, y la puesta en marcha de un sistema de justicia electoral, aceleraron la democratización de México en la medida que fueron haciendo más interesantes estos procesos a los votantes. El PRI dejó de ser hegemónico en la medida en la que votar por la oposición fue más costeable, con lo que el poder se fue distribuyendo. Así la pluralidad hasta hace bien poco había alcanzado un límite, así como la volatilidad y el auge de la competitividad estaban cediendo, dando señales de la consolidación de una era pese a su inestabilidad.
Sin embargo el efecto que produjo en la segunda parte del sexenio pasado la fuerza con la que el PRI parecía regresar al poder (como en efecto lo hizo) volvió a acelerar los movimientos del voto. Sumado ello a las características que está demostrando el gobierno actual, todo apunta a mi parecer al final de una era en la que el desarrollo de la normatividad electoral produjo una herencia que debemos ahora impulsar hacia un desarrollo democrático más pleno que enfrente los déficits que tiene el nuestro, en el contexto del peligro de una posible regresión autoritaria.
Así tenemos la oportunidad de aprovechar la encrucijada en la que nos coloca la historia para lograr una importante transformación de nuestro sistema político, sobre la base de leyes más acordes a nuestra nueva realidad que aterricen en instituciones que superen ancestrales problemas nuestros, como es la relación entre el poder ejecutivo y el poder legislativo.