Durante
la contienda pasada, no cabe duda que AMLO tuvo el mejor desempeño como
candidato presidencial. Inesperadamente la segunda parte de la campaña lo
acercó a Enrique Peña Nieto, de una manera que no se esperaba nadie sobre todo
por el embate de encuestas que delataban una separación en preferencias grande
entre ambos.
Frente
a la derrota la posición de Andrés Manuel López Obrador pero no sólo de él,
sino de toda la izquierda, se puso muy difícil. Aceptar los resultados, sin
protestar, ponía en riesgo su relación con una parte potencial de su
electorado. Nos podemos dar cuenta del tamaño de este electorado por ciertos estudios
que revelan por ejemplo que sólo la mitad de la población piensa que la
elección fue limpia y 60% que se votó libremente.
Así
se presentó el juicio de inconformidad de la Coalición Movimiento Progresista para
declarar inválido el proceso electoral, exclusivamente para la elección
presidencial. Resulta extraño creerlo pero parece ser que no estaban preparados
para ello y se comprende el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación. Me refiere a que no parecen haber estado preparados para
presentar pruebas de sus alegatos.
La
izquierda quedó atrapada así en un dilema que la caracterizó desde siempre y me
remonto no a la fundación del PRD en 1989, sino hasta 1977 al conflicto entre quienes consideraban
irrelevante entrar al juego electoral antes de una modificación profunda
económica y social de México, y aquellos que en cambio veían en las nuevas reglas del juego una
oportunidad de ocupar espacios políticos a través de los cuales llevarían a
cabo los cambios deseados para el país. Estas dos posiciones se convirtieron en
dos maneras distintas de entender la participación política, una más radical
que la otra, representadas fundamentalmente en el seno del partido por
Izquierda Unida y Nueva izquierda (los bejaranos y los Chuchos). Estas dos
tribus no han dejado de enfrentarse. Cabe entender que la primera es la cercana
a AMLO, como lo son el Partido del Trabajo y Movimiento Ciudadano partidos que
le deben haber sobrevivido luego de la reforma electoral de 2007. En efecto con
esta normatividad hubieran podido perder su registro sino hubiera sido por su
apoyo.
Ahora
bien, si bien la dirigencia del PRD está en manos del los chuchos, lo
acompañaron en el conflicto poselectoral tanto como pudieron mientras que AMLO
se estaba jugando todo, porque perdiendo
la impugnación se quedaba sin recursos. Al menos es mi opinión personal.
Esta
situación no es como la de 2006 por dos razones: uno, porque durante estos seis
años AMLO contó con el dinero del gobierno del D.F. y también el de varios
legisladores y dos, porque hoy cuenta con una estructura que es Morena que
construyó durante este tiempo y que lo puede catapultar a esta nueva etapa
política.
En
este contexto, sobre el anuncio de AMLO el domingo 9 de septiembre respecto a
su decisión de distanciarse de los partidos de izquierda PRD-PT-MC, y de ver la
posibilidad de crear él mismo un nuevo partido, quiero señalar que se trata de
una posición muy diferente a la que tomó hace seis años. Esta vez su postura es
institucional y revela que ya no pudo con varios hechos. Menciono algunos.
Uno,
el que los gobernadores y próximos gobernadores de izquierda aceptaran que
después de agotar las instancias legales reconocerían a Peña Nieto, como en
efecto lo hicieron. Graco Ramirez de Morelos fue el primero en hacerlo, pero
también se expresó en este sentido Gabino Cué de Oaxaca, Arturo Núñez de
Tabasco y Miguel Ángel Mancera del D.F.
Dos,
los acuerdos cupulares que se realizaron tras la Cumbre de Acapulco para que el PRD se posicionara en el Congreso,
acuerdos en los que AMLO se quedó fuera de la jugada y los chuchos fueron los
que ganaron entendiéndose con grupos de
menor importancia como Foro Nuevo Sol.
Tres,
las declaraciones siguientes de Jesús Ortega, de Jesús Zambrano (exdirigente y
dirigente actual del partido) y de Silvano Aureoles, coordinador de la bancada
en la Cámara de Diputados, así como de varios legisladores de izquierda en el
sentido que estarían dispuestos a trabajar a favor de las reformas porque no
querían ser rebasados por las negociaciones que el PAN pudiera hacer con el
PRI.
Cuatro
y último, el hecho que tanto Felipe Calderón como Enrique Peña Nieto se habían
apurado en presentar iniciativas de ley importantes para el inicio del trabajo
de la Legislatura actual. AMLO no podía aceptar sobre todo la reforma laboral,
mientras Aureoles se declaró dispuesto a discutirla.
Estando
en dos carriles diferentes, López Obrador y los chuchos ya no podían seguir
juntos. Así se dio una separación que ciertamente pone en un dilema a todo el
sistema de partidos en México, el cual con la segunda alternancia y el
reforzamiento del PRI, con los conflictos internos del PAN tras su debacle
electoral, conflicto que enfrenta a maderistas y calderonistas por su control
(el cual precisamente la semana pasada nos ofreció el espectáculo de la carta
de Javier Corral contra el Presidente), y con el crecimiento acelerado del peso
de los partidos chicos (que ya no lo son tanto o al menos mucho cuentan), ya
estaba en plena transformación.
La
ruptura de AMLO no viene sino a acelerar esta transformación en circunstancias
críticas, pero que también pueden ser de grandes oportunidades.
De
lo que resulte ciertamente habrá perdedores y ganadores, pero no sabemos aún
quienes serán.
No
sabemos con qué éxito logre o si logre López Obrador constituir su partido. No
sabemos aún que personajes se irán con él (yo no creo que haya desbandadas), ni
con qué parte del electorado se quede.
Lo
que sabemos de cierto es que, con esta maniobra, la izquierda puede lograr lo
que no pudo en 2006: conservar y aún hacer crecer su capital político, porque
sin los radicales el PRD tiene la oportunidad de abanderar el proyecto de una
izquierda moderna y constructiva, una izquierda moderada y coherente.
En
paralelo AMLO podrá seguir haciendo política desde la movilización social, y
con recursos más transparentes. Es muy saludable que haya una salida democrática
para esta opción.
A
los partidos “chicos” si permanecen autónomos, es decir si no terminan por
fusionarse con AMLO, se les podrá dimensionar mejor su representatividad. Mi
sentir es que la manera en la que hoy se cuentan los votos los infla.
El
PRI tendrá que entender el desafío que puede llegar a representar esta
izquierda en el caso que afronte para bien las nuevas circunstancias, una
izquierda que crezca en el respeto unos de los otros y en la posibilidad de
formar en las condiciones pertinentes frentes comunes.
El
PRI tendrá que demostrar su diferencia con los gobiernos panistas y enarbolar
su transformación a partir de su unidad y de la redefinición de su identidad. Es la única forma que tiene para
relegitimarse.