jueves, 5 de mayo de 2011

De beatificaciones y guerras santas

El último fin de semana tuvo algo de medieval: se casó un príncipe, se dio el primer paso para una santificación y se ajustició al mayor de los villanos. Me quiero detener en los dos últimos acontecimientos y me pregunto cómo estudiarlos desde una perspectiva politológica.¿En efecto, qué tiene que ver la beatificación de Juan Pablo II con la política y más aún con la política a nivel nacional? ¿Cómo comentar la muerte de Bin Laden desde la perspectiva mexicana?

Por lo que se refiere al primer tema, cabe señalar que el papado de Juan Pablo II fue un papado eminentemente político, al interior y al exterior de la Iglesia misma. Al interior de la misma se definió del lado de las posiciones conservadoras que habían sufrido a Juan XXIII, el Concilio Vaticano Segundo y el auge de la teología de la liberación. Ello forzó a la Iglesia a seguir detrás de la historia condenando el divorcio, los anticonceptivos, el aborto y la homosexualidad, condenando a los sacerdotes a sostener una vida de celibato y a las mujeres a permanecer en un rol rezagado. Su política exterior no fue ideológicamente diferente. Arremetió contra los regímenes socialistas, aunque criticó al capitalismo deshumanizado. Sin embargo cabe reconocer que fue abierta frente a los otros credos y fortaleció el ecumenismo. En efecto, Juan Pablo II también se oponía al ala más ortodoxa de la Iglesia.

En suma el que este trascendente Papa no haya sido políticamente neutral es una de las razones por las cuales su beatificación resultó polémica, pero hubo más. Frente a las evidencias de los abusos de sacerdotes dedicados a la formación de jóvenes en varios rincones, en particular en las filas de los Legionarios de Cristo, siendo el caso del fundador de la orden Marcial Maciel el caso más apabullante, no puede negarse el hecho que hubo encubrimiento de los hechos. Estos escándalos ciertamente llegaron a tambalear la beatificación del tan querido Papa y de ahí, a mi juicio, que se hiciera un fast track en el asunto. Las autoridades eclesiásticas no podían admitir ser inculpadas por los crímenes de algunos de sus miembros.

Finalmente la beatificación de Juan Pablo II en términos religiosos no la justifico por el manejo institucional de este hábil político que él fue, la justifico como reconocimiento a su gran personalidad, a su capacidad carismática, a su fuerza espiritual que movió conciencias, a la fe que transmitía, a su dulzura que perdura, consuela, empuja y sana.

Me queda el sinsabor de que me hubiera gustado que este gran creyente que conmovió multitudes hubiera sido más liberal, que hubiera modernizado a una Iglesia que en muchos aspectos se ha quedado detrás de otras religiones, religiones en las que quienes se quieren dedicar a la vida sacerdotal no tienen que negar su sexualidad, en las que las mujeres pueden ordenarse, en las que el divorcio es admitido así como el control natal, en las que la fe no se disocia de la vida cotidiana sino orienta la vida familiar, profesional y la política.

La decisión de Calderón de asistir a la beatificación de Juan Pablo II, que es otro de los puntos de análisis que nos puede importar, obedeció desde luego a un cálculo político. Las encuestas son claras: más del 90% de la población lo aprueba en un país eminentemente católico. La legalidad está salvada porque acude como Jefe de Estado a una ceremonia del Vaticano. Se ha negado a otras invitaciones, pero a ésta asiste porque es redituable electoralmente. La agenda y los movimientos de nuestro Presidente, por más que lo niegue, no están puestos más que en julio del 2012. Por este cálculo prefiere dejarnos de gobernar. Si cumple su meta bien, si no ya tendrá a quien encomendarse porque los hoy suyos se le echarán encima. Quizás por eso fue también a la beatificación.

Por otra parte, el discurso del anuncio de la muerte de Bin Laden por el Presidente Obama simplemente me produjo envidia. Un discurso que resulta creíble, aunque no hayamos visto ni una foto del cuerpo. Un discurso que levanta el ánimo, que repara el orgullo lastimado de un país, que llama a la unidad dando el ejemplo de reconocer el papel de los adversarios políticos, un discurso que refleja eficiencia y rumbo. Esta fiesta nacionalista que produjo el ajusticiamiento del terrorista más buscado, quien le declaró la guerra al imperio y produjo más de 3000 muertes en su territorio, hecho sin precedentes, contrasta con los ánimos caídos en un México cada vez más inseguro y violento.

Prácticamente nadie discute el costo de esta venganza en dos guerras y miles y miles de muertos, casi nadie recuerda que Bin Laden fue aliado de Estados Unidos, casi nadie se cuestiona si de verdad fue imposible presentarlo a la justicia, casi nadie está suficientemente consciente que el terrorismo continúa, que Al Qaeda es más que Bin Laden, casi nadie critica la prepotencia del Estados Unidos que se otorga el derecho de intervenir cuando quiere y donde quiere. Hoy se sabe que ni el mismo gobierno de Pakistán estaba enterado de la misión.

Predomina así la alegría de los norteamericanos y de sus simpatizantes, de quienes ven en este acontecimiento a los buenos vencer a los malos, de quienes están hartos de la seguridad en los aeropuertos. Sorpresivamente incluso muchos mexicanos parecen contentos porque oyen que con esto lo más probable es que Obama se reelija, porque el éxito de su misión le viene en el mejor momento cuando está apoyando al mundo árabe que busca la democracia, y este Presidente- les dicen- nos conviene.

Como todos necesitamos alegrarnos y nuestra realidad no nos aporta ocasiones para lograrlo, tomemos prestada ésta si no tuvimos suficiente con la beatificación de un Papa que nos quería tanto a los mexicanos, y con una boda real. Lástima que la muerte de Bin Laden no parece que vaya a beneficiar a nuestros connacionales en Estados Unidos, o modificar el trato a emigrantes.